LA PEOR ENFERMEDAD
Tenía solo 21 años y ya era reconocido como un talentoso periodista.
En una semana me iba a casar con la mujer que siempre amé, y todo me hacía presagiar un futuro feliz.
Pero de un momento a otro la historia cambió: de repente me vi postrado en el lecho de un hospital.
Tenía tuberculosis.
A pesar de que tenía que guardar reposo, yo caminaba por los pasillos del hospital, tosiendo y quejándome de mi desgracia.
Un día de esos me encontré con un viejo enfermo de tuberculosis.
Al verme tan deprimido se compadeció de mí y me dijo:
"Acuérdate de esto, muchacho.
La enfermedad que tienes nunca te matará mientas la guardes en el pecho; pero si la dejas que se te suba a la cabeza, te será fatal.
La preocupación mata más enfermos que la tuberculosis".
Sus palabras literalmente me salvaron la vida.
Al día siguiente amanecí diferente.
Decidí dejar de pensar en mi enfermedad.
Y a pesar de mis dolencias físicas, sentía una chispa de motivación en el alma.
Aprovecharía la ocasión para escribir lo que hasta el momento, por el trabajo, no había hecho.
Fueron 8 meses los que estuve elaborando poemas, cuentos y dramas cortos.
Cuando mi salud empezó a mejorar, comencé a escribir crónicas sobre los pacientes, y a la vez motivarlos con las palabras que me dijo aquel viejo tísico.
Con el pasar de los años escribí algunos libros exitosos y terminé siendo senador de los Estados Unidos.
Todo ello hubiese sido imposible si no convertía aquel momento de postración en un tiempo útil.
Desde aquella vez ninguna enfermedad me ha hecho perder el tiempo y ningún mal ha acabado conmigo.
Clinton P. Anderson
TEXTO
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