La palabra es ausencia
y se escucha en la noche:
es suspiro quebrado en los labios distantes.
Es la tierra que llama dolida,
palpitando la búsqueda
de un lugar… del origen del hombre,
que marchó –como lágrima amarga–
desde el dulce calor del hogar,
con un único sueño:
regresar,
regresar,
regresar.
No consuela el encuentro fugaz,
ni la vuelta a los brazos del pueblo,
a la orilla del mar… a la ola de entonces,
si es tan sólo un suspiro,
si es tan sólo un brevísimo beso en los labios.
Es la nana al ausente,
la que arruya el dolor sin raíces,
un dolor arraigado al recuerdo
que resurge en la noche
desde dentro:
es inmenso,
y lento.
La distancia es exilio del alma
y te pasa rozando la piel,
te sumerge en un pozo vacío de risas,
para herirte y ceñirse
como álamo blanco a tu espalda.
Quizá, cuando en los días de invierno,
sea el hombre de nuevo aquel niño
que escondía sus sueños más íntimos
en arroyo nocturno de luna,
le retorne a la vida alegrías…
y quizá, primaveras de aroma cercano.
Así entonces, tal vez,
cesará esta canción de distancias.
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