Cuando mi madre se levantaba de buen humor cantaba:
"Hoy me he puesto mi vestido de veinte años".
Yo sabía que no tenía veinte años y la miraba, nada más.
¿Qué puede hacer un niño, sino escuchar?
Si mi madre estaba triste decía estar vestida de niebla.
"Hoy tengo ochenta años" (dijo,) cuando desaprobé un curso.
Al fin pude terminar la educación primaria.
El día de la clausura llegó tarde. Se disculpó diciendo:
"Hijito, me demoré porque estuve buscando mi vestido de Primera Comunión,
¿No ves mi vestido de Primera Comunión?"
Miré a mi madre y no estaba vestida de Primera Comunión.
Después tuvo ese accidente fatal.
Me llamó a su lado, cogió fuerte mis manos y dijo:
"No tengas pena, la muerte no es para siempre".
Pensé: mi madre no se da cuenta de lo que habla.
Si uno muere es para siempre.
Era niño y no entendía sus palabras.
Ahora tengo cincuenta años y recién comprendo sus enseñanzas.
Sí, Madre. Podemos tener 20 años y al día siguiente ochenta.
Todo depende de nuestro estado de ánimo. Los ojos sirven para escuchar
porque debemos mirar con atención a quien nos habla.
Para conocer la realidad esencial de una persona tenemos que mirarla
con el corazón. La muerte no es para siempre, sólo muere lo que
se olvida y a mi madre la recuerdo porque la quiero.
Ahora... en sueños conversamos y nos reímos de su método de enseñanza.