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LA ISLA DE LOS GOBLIN
Relájate,
quédate quietecito y escucha. Escucha con gran atención este cuento
sobre una tripulación de intrépidos marineros que se vieron atrapados en
una violenta tempestad. ¿Quieres saber qué ocurrió? ¡Vamos a ver si lo
descubrimos!
Pues... un día,
mientras el barco cabeceaba en medio de la brisa, el cielo azul se
cubrió con unos grandes y tormentosos nubarrones que agitaron el mar
convirtiéndolo en una espumeante y violenta masa de agua. El barco,
zarandeado por el mar, chocó contra unas rocas produciendo un fuerte
crujido. Cuando la tempestad amainó, los sorprendidos marineros, al mirar a su alrededor, vieron una reluciente arena plateada bordeada de bellas palmeras. No podían
creer en su buena suerte: ¡era como un paraíso! De pronto, aparecieron
unas mujeres muy hermosas y les ofrecieron cestas llenas de deliciosas
frutas y ropa nueva. Después invitaron a los náufragos a alojarse en sus
cabañas. Así que a partir de aquel día las mujeres trataron a los
marineros como reyes, cocinándoles unas deliciosas comidas que estaban
para chuparse los dedos. Todo parecía demasiado bueno para ser verdad; lo era tanto que los marineros acabaron olvidándose de la vida que llevaban antes, de sus familias y de los amigos que los esperaban en su tierra.
Al cabo de varios días un marinero preguntó a una de aquellas mujeres por qué
no había hombres en la isla Ella le contestó que se habían ido a
navegar hacía muchos años y que no habían vuelto nunca más. Aquella
noche el mismo marinero al oír unas voces, se levantó de la cama y fue
sigilosamente a la cabaña de al lado para escuchar lo que decían pegando
la oreja a la puerta.
—Creo
que están empezando a desconfiar, tenemos que hacer que engorden un
poco más y comérnoslos antes de que huyan —dijo una de las mujeres.
Al mirar por la rendija de la puerta, el marinero descubrió estupefacto a un grupo de horrorosos goblins en lugar de las bellas mujeres a las que esperaba ver.
—¡Nos
han engañado! —se dijo dando un grito ahogado de asombro—. No son
mujeres, son goblins disfrazados. ¡Y nos están alimentando para que
engordemos lo suficiente como para comernos!
Por la mañana les contó a los otros marineros lo que había visto y oído. Cuando comprendieron que los habían engañado, se asustaron todos mucho, salvo un marinero corpulento y fornido.
—¡Debes de haberlo soñado! —insistió—. Es imposible que estas hermosas mujeres sean goblins. Yo no pienso irme de la isla.
Mientras él
volvía pisando fuerte a las cabañas, los otros marineros,
arrodillándose, pidieron a los dioses de las tierras de la felicidad que
les ayudaran. Uno de los dioses, que lo
había estado observando todo, se alegró de que los marineros
comprendieran el error que habían cometido y decidió ayudarles.
Rápidamente se transformó en un magnífico y plateado caballo alado y
voló a la isla, llegando justo cuando el dorado sol se
estaba poniendo. Maravillados por su belleza, los marineros se
encaramaron al lomo del caballo alado y abandonaron con tristeza al
testarudo camarada de a bordo, que seguía
sin creer la verdad. Pero, justo en el momento en que el caba
llo extendía las alas para echar a volar, los marineros se alegraron al
ver a su rezagado compañero correr velozmente hacia ellos y encaramarse
agradecido al reluciente caballo.
—¡He visto a los goblins calentando la olla para cocinarnos! ¡Siento mucho no haberos hecho caso! No quería creérmelo —y el viento se llevó sus últimas palabras mientras el caballo volaba sin ningún esfuerzo más arriba del cielo hacia un lugar seguro, hasta que la Isla de los Goblin no fue más que una diminuta mota perdida en medio del inmenso océano azul.
Es
tentador ignorar la realidad cuando deseamos que hubiera sido distinta.
Una persona sabia sabe lo importante que es aceptar la verdad y afronta
cada reto de frente.
Dharmachari Nagaraja
Cuentos budistas para ir a dormir
Barcelona: Oniro, cop. 2008