¿Es el mismo perdón que se pide y que se da ? ¿Es justo que quien
ha sido ofendido, lastimado o humillado no vea reparado su dolor
y que quien ofendió, humilló o lastimó no cumpla con esa reparación?
¿Es siempre posible reparar? Hay heridas de tan profundidad
que el dañado solo puede perdonar si se convence que no existieron.
Es decir, si consigue negar parte de su propia historia y condición.
El simple hecho de pedir perdón no es suficiente si no hay acciones reparadoras.
Pero un acto no es reparador según el juicio del ofensor, sino según
el sentimiento del ofendido.
Por otra parte, olvido y perdón no son sinónimos.
Y si se confunde olvido con pérdida de memoria no habrá reparación.
Como suele repetir la psicoterapeuta y escritora Elisabeth Lukas
(Una vida fascinante, psicoterapia en dignidad), quien perdona y olvida,
olvida lo que perdona. En este caso no hay procesos de transformación
y aprendizajes. Muchas veces la invocación al perdón opera
en favor de los ofensores. Esto es riesgoso, ya que en las interacciones
humanas abundan las heridas provocadas por falta de respeto,
manipulación, avasallamiento, egoísmo, perversión, corrupción,
especulación. Son muchas y constantes, tantas como para que los
ofensores constituyan una masa crítica considerable, inclinada a
presionar en favor de las “bondades” del perdón.
Pero el perdón no es una abstracción. Cuando se pregona indiscriminadamente
- “hay que perdonar” -, se le quita contenido a ese valor.
Perdonar se convierte así en un hecho mecánico y automático.
Si no se acata la consigna el lastimado corre riesgo de ser considerado
ahora como el nuevo ofensor, y el ofensor pasa a ser ofendido.
Con esto solo se consigue agregarle resentimiento y confusión al dolor.
Por todas estas cuestiones conviene, desde mi punto de vista,
ponderar el otro factor : la justicia. El perdón en muchos casos flagrantes
y dolorosos no no reemplaza a la justicia, no puede hacerlo.
La presencia de la justicia en cambio,no hará de por si, que el
ofendido olvide lo inolvidable, pero puede contribuir a que donde
está la herida empiece a formarse una cicatriz y advenga algo
de calma. Hacer justicia y perdonar, no son acciones vinculantes.
Hacer justicia ayuda a crear una sociedad confiable, en la que los
hechos aberrantes, no estarán ausentes pero habrá sanción y reparación.
Esto vale también para el orden íntimo y privado.
El perdón no surge por decreto ni por mandato, nace de profundos
movimientos que se dan en un lugar tan sagrado y misterioso como
es el fondo del corazón humano. Quien perdona por obligación, por temor
a no ser querido o a ser excluído o criticado,, quien perdona por
conveniencia o por miedo, quien perdona porque “debe” hacerlo, no perdona.
Cambia el nombre y la dirección de su dolor, quizás lo convierta
en resentimiento, acaso lo dirija a lugares o personas indebidas
o hacia sí mismo, enfermándose psíquica, física, emocional o espiritualmente.
A todo este es curioso, que en las discusiones acerca de olvido y perdón
se ponga mas el acento en el ofendido que en el ofensor.
Es éste quien debe una reparación. A veces esta es imposible,
pero no quita la obligación moral de intentarla. Es el ofensor quien
debe reconocer (si es posible ante el lastimado) su acción y las
consecuencias de ésta. Es quien debe costear la situación y prometer
(promesa que deberá sostener en acciones) que la herida no se repetirá
La respuesta del ofendido dependerá de lo añejo y profundo de su
lastimadura y de las justicia y empatía con que haya sido atendida..
“El perdón – dice André Comte-Sponville en su diccionario filosófico-
no es la absolución que suprimiría o borraría la culpa, cosa que
nadie puede. No es el olvido, que seria infiel e imprudente.
Hay que ponerse en el lugar del lastimado y hablar desde allí.
(Psicólogo Sergio Sinay)