La gracia de Dios es un regalo poderoso que recibo con buena voluntad según avanzo en mi viaje espiritual.
En la parábola del hijo pródigo, cuando el joven de la historia finalmente recapacitó, estando en un país lejano, su padre corrió a recibirlo antes de que llegara a la puerta de su casa. El deseo y esfuerzo del joven por regresar fue sobrepasado por el amor gozoso de su padre y el deseo de ir a su encuentro.
Cuando recibo la gracia divina como respuesta a una necesidad espiritual, lo hago estando dispuesto a decir “sí” a la ayuda que anhelo. Esta decisión interna me vuelve receptivo a la respuesta divina. A medida que utilizo mis recursos espirituales, recibo la gracia con apertura y alegría.