Una historia sobre cómo la felicidad de los demás puede ser
también nuestra propia felicidad.
Era la noche de Navidad y Dios miró a la Tierra para contemplar
a todos sus hijos.
Habían transcurrido más de 2000 años desde que Él se
encarnó en el seno
de la Santísima Virgen María y vino al mundo para redimir a
los hombres.
Entonces se dirigió a uno de sus ángeles más jóvenes y le dijo:
-Baja a la tierra y tráeme una sola cosa, la que mejor represente
todo lo bueno
que se ha hecho hoy en Mi Nombre.
El ángel hizo una reverencia y descendió al mundo de los humanos,
buscando aquello que encerrara lo que Dios le había pedido.
Su misión resultó algo difícil, pues muchas cosas se habían hecho
para homenajear el nacimiento del Niño Jesús. Para el día de Navidad,
las guerras habían cesado temporalmente, las catedrales habían
sido construidas y grandes novelas habían sido escritas. ¿Cómo
sería posible encontrar entonces algo que representase todo esto?
Mientras sobrevolaba la Tierra, el ángel escuchó el sonido de las
campanas de una iglesia. La melodía que se desprendía del
campanario era tan hermosa que le recordó la voz de Dios.
Mirando hacia abajo, vio la pequeña iglesia
de donde provenía la música, y pudo es
cuchar el canto de un coro que entonaba
"Noche de Paz". Al entrar en el templo, el ángel
comprobó que había una sola voz que cantaba la canción.
Pero inmediatamente una segunda voz continuó a
la primera en perfecta armonía, y luego otra y
otra hasta que el coro de voces alumbró el recinto durante
toda la noche.
Encantado por el mágico sonido, permaneció en el templo hasta
que la canción terminó.
Luego se elevó de nuevo por los aires escuchando en todo
lugar los maravillosos
sonidos que se desprendían de los villancicos. En cada ciudad,
fuera ésta pequeña
o grande, el ángel escuchó canciones alusivas al Nacimiento
de Cristo en la Tierra,
interpretadas por grandes orquestas, o bien por las voces de los
soldados que se
encontraban solos en un campamento militar. Y en cada uno de
aquellos lugares encontró paz
en los corazones de esos hombres, mujeres y niños.
Tomando con sus manos uno de los sonidos emitidos por una
melodía
que flotaba en el
aire (los ángeles pueden hacer esto), pensó que quizás estas
canciones
podrían representar
lo mejor que podía ofrecer la Tierra en esta Navidad. La voz del
hombre era utilizada para entonar
bellas cadencias a través de las cuales se llevaba la esperanza
y el aliento a
aquéllos que creían haberlo perdido todo.
Sin embargo, a pesar de haber encontrado la respuesta a lo que
estaba
buscando, su corazón
le decía que esta música por sí sola no era suficiente. Debería
de haber algo más.
Continuó su viaje a través de la espesura de la noche hasta
que de repente oyó la
oración elevada por un padre en su camino al cielo. Nuevamente miró
hacia abajo y
vio a un hombre rezando por su hija, de quien no tenía noticias desde
hacía mucho tiempo,
y que no estaría en casa para esta Navidad.
Siguiendo la intención de la oración, el ángel encontró a la hija
de aquel hombre. Estaba
parada en la esquina de una ciudad muy grande y, al frente, había un
viejo bar donde fácilmente
uno podía darse cuenta de que los que estaban sentados ahí
rara vez levantaban su vista
para mirar por encima de sus bebidas, por lo que no notaron
la presencia de la niña.
Quien atendía el bar era un hombre que no creía en nada, excepto
en su barra y su caja registradora.
De repente, la puerta se abrió y entró un pequeño niño. El barman
no podía recordar la
última vez que había visto a un niño en aquel lugar, pero antes de
que tuviera tiempo para
averiguar qué quería, el niño le preguntó si sabía que había
una niña,
afuera, en la puerta, que
no podía regresar a casa en la noche de Navidad. Dando un vistazo por la
ventana, vio a la niña
frente a la acera. Volteándose hacia el niño, le preguntó cómo
sabía eso.
El chico replicó:
-Si hoy, siendo Navidad, ella pudiese estar en casa con los suyos,
en verdad te
digo que lo estaría.
El barman, pensativo, miró de nuevo a la niña. Luego de
algunos segundos
fue a la caja registradora
y sacó todo el dinero que había ahí. Salió del bar, cruzó la pista y
siguió a la niña, que había
avanzado varios metros. Todos los que estaban en el bar le pudieron ver
cuando hablaba
con la niña. Finalmente llamó a un taxi, la hizo subir y le indicó al
chofer:
-Al aeropuerto Kennedy.
Mientras el taxi se perdía en medio de los demás autos, volteó para
buscar al chico, pero él
ya se había ido. Regresó al bar y preguntó a todos si habían
visto hacia
dónde se había dirigido,
pero como él, se habían entretenido mirando cómo se perdía
el taxi en las calles. Entre risas,
un parroquiano comentó que el milagro más increíble del
mundo había ocurrido, puesto que
durante el resto de la noche, nadie pagó por un trago.
El ángel voló de nuevo. Subió al cielo y puso en las manos de
Dios lo que finalmente
había encontrado para Él: el deseo de un alma por la felicidad
de otro. Y Dios sonrió.
D/A