LA MANO AMIGA
Una enfermera muy agradable, sobrecargada con muchos pacientes a los que atender, vio a un joven entrar en la habitación e, inclinándose sobre el paciente anciano, que estaba muy grave, le dijo a voces:
-Tu hijo está aquí.
Con gran esfuerzo, el anciano moribundo abrió y cerró los ojos. El joven apretó la mano envejecida del enfermo y se sentó a su lado.
Permaneció durante toda la noche, sentado a su lado, sujetándoles las manos y susurrándole al anciano palabras de consuelo. Al amanecer el anciano murió. No obstante el dolor, tenía una expresión de paz en el rostro arrugado por el tiempo.
Inmediatamente, el equipo de empleados del hospital entró en la habitación para retirar todos los aparatos y las agujas. La enfermera se acercó al joven y comenzó a decirle palabras de consuelo, pero él la interrumpió con una pregunta:
-¿Quién era ese hombre?
Asustada la enfermera dijo:
-¡Yo creí que era su padre!
-No. No era mi padre -dijo el joven- . Yo jamás lo había visto.
-Pero, ¿por qué no me dijo nada cuando yo le dije a él que era su hijo? -preguntó la enfermera-.
-Me dí cuenta de que él necesitaba a su hijo y que éste se encontraba ausente. Y como estaba demasiado enfermo para reconocer a su hijo, decidí tomarle la mano para que se sintiera acompañado. Sentí que él me necesitaba.
Cuando la gente anda agobiada con muchos problemas que resolver, no tiene tiempo siquiera de oir el desahogo de un corazón afligido; un joven tuvo ojos para ver y oídos para escuchar la llamada muda de un padre en el lecho del dolor. Es muy triste vivir en soledad... Y más todavía no tener a nadie con quien contar en el lecho de muerte.
(IVANI DE OLIVEIRA Y MARIO MEIRLES)
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