Cuando alguien piensa: «yo decido mi vida» no es realmente así.
Simplemente recibimos toneladas de opciones, unas cuantas
con más intensidad que otras,
y estas serán las que probablemente acabe escogiendo la mayoría de las veces.
Un ejemplo muy claro es la moda.
¿Sabías que se lleva el rojo este año?
Pues ya sabes lo que toca.
¿Y por qué no estudias esa carrera que dicen que tiene tantas salidas?
Lo mismo, aunque para cuando la termines esa carrera estará tanto o más desfasada
que la ropa roja de tu armario.
Enciende un momento el televisor y él te ayudará a decidir lo que tienes que hacer:
te da miles de opciones de todo lo que puedes comprar, te distraerá de lo importante y
te hará sentir en la más absoluta miseria si le apetece; y lo más interesante,
conseguirá que te desprendas de todo lo que ganaste durante horas y horas de esfuerzo:
dame tu dinero y yo te haré feliz;
¿cómo puede haber tanta gente que caiga en la trampa?
Y es que esa caja hace milagros.
EMPIEZA A DECIR YO DECIDO MI VIDA, DE VERDAD
Si realmente quieres poder decir:
Yo decido mi vida, empieza a hacerlo ya, pero de verdad.
De nada me vale que te pongan delante de veinte perfumes y te digan que escojas
uno si tú no quieres un perfume. Tampoco puedes escoger entre mar y montaña
cuando tú quieres estar en casa.
Yo decido mi vida solo podrás decirlo cuando dispongas de la información suficiente
y no cuando te vendan la moto; cuando realmente seas capaz de contemplar
las opciones que hay y elegir entre las que más te gusten.
Tener la libertad de escoger no es poner a alguien entre la espada y la pared y
obligarle a hacer algo. Poder elegir implica también responsabilidad y es tu obligación
estar bien informado para que nadie te engañe con tanta facilidad.
Si a partir de ahora dices: yo decido mi vida, hazlo con responsabilidad y
no como un acto rebelde; y sobre todo no digas tanto “yo decido mi vida”,
simplemente decídela de verdad.