Yo tenía una sola ilusión: era un manso
Pensamiento: el río que ve próximo el
quisiera un instante convertirse en remanso
Y dormir a la sombra de algún viejo palmar
¡Alma sombría, ayer inmaculada! Tu caída me asombra y me entristece. ¿Qué culpa ha de tener la nieve hollada Si el paso del viajero la ennegrece?
No mereces castigo ni reproche; Entre los vicios tu virtud descuella; Que en el pliegue más negro de la noche Brilla más para la lejana estrella.
La mano aleve que al rosal arranca Su flor más bella, y luego la deshoja; La que manchó tu vestidura blanca, La que en los brazos del placer te arroja;
La que apagó en tu frente de azucena La llama del pudor y la alegría, Y ornó tu sien, marchita por la pena, Con las deshechas flores de la orgía,
Es la que al verte desvalida y sola, Te empuja hacia el abismo, sin aliento; La que tu amor y tu pureza inmola Por el amargo pan del sufrimiento.
Me admiran tus heroicos sacrificios; Me admira que no temas, que no dudes, Y que en la árida roca de los vicios Puedan colgar su nido las virtudes.
Por eso llego a ti, ¿no lo imaginas? A ver surgir, cual gratas ilusiones, Luz entre sombras, flores entre ruinas, ¡Amor entre los muertos corazones!
Vengo a cubrirte de brillantes galas, A ser tu protección y tu consuelo, Y a desatar tus poderosas alas
¡Para que puedas ascender al cielo!
Luis Gonzaga Urbina
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