La naturaleza es sabia, dice la famosa frase, pero eso no significa que todo lo pueda ni
que no sea vulnerable a ataques o a desequilibrios hasta un punto de no retorno.
Sin embargo, hay teorías que apuntan en esa dirección.
El equilibrio ecológico, sin ir más lejos, tiene que ver con esa pretendida
sabiduría de la naturaleza.
Es un concepto importante que se estudia dentro de un enfoque de la ecología como
rama de la biología que aborda las interrelaciones de los seres vivos entre sí y
con su entorno, por lo que se trata de una cuestión multidisciplinar.
La teoría del caos
No en vano, las diferentes partes de los ecosistemas interactúan de forma dinámica,
manteniendo un status quo, es decir, una biodiversidad y condiciones determinadas.
Al mismo tiempo, vivimos en un mundo en constante transformación, en el que unas
especies desaparecerán, otras se irán transformando con mayor o menor celeridad.
Pero, aún siendo resultado de la interacción entre los diferentes factores de un
determinado hábitat, esta evolución es compatible con la existencia de ese supuesto
equilibrio ecológico, que sería indispensable para la vida.
La relación entre los individuos y su medio ambiente, de acuerdo con este paradigma,
se mantiene en un un equilibrio ecológico necesario para la vida de todas las especies,
de la fauna y de la flora. Según la teoría del balance de la naturaleza, los sistemas ecológicos
tienden a un equilibrio estable, lo que significa que los cambios son corregidos hasta volver a
alcanzarse ese punto de equilibrio, por ejemplo entre elementos orgánicos, -depredadores
y presas o entre herbíboros y fuente de alimento-, o a consecuencia de factores inorgánicos,
como distintos elementos de los ecosistemas o de la atmósfera, pongamos por caso.
Sin embargo, desde mediados del siglo pasado, esa creencia de que la naturaleza tiene
una tendencia al equilibrio ha sido sustituida por una teoría del caos, más realista, pues
resulta innegable que si bien el equilibrio es posible, y los ecosistemas pueden tender a él,
también es cierto que los cambios caóticos son comunes y sus consecuencias son
devastadoras las más de las veces, sin que se produzca el aludido equilibrio.
El caos se produce por un sinfín de motivos, entre otros y muy particularmente por la terrible
y sistemática intervención del ser humano a lo largo y ancho del planeta.
A su vez, en la otra cara de la moneda, la actuación del hombre puede ayudar a restablecer
ese equilibrio perdido, como ocurre cuando se llevan a cabo iniciativas verdes.
Por otra parte, la normativa ambiental, las políticas verdes, así como los proyectos
ecológicos dan un sentido al equilibrio ecológico como sinónimo de protección de los
ecosistemas y del medio ambiente.
Equilibrio vs desequilibrio
Actualmente, es común entender el equilibrio ecológico como un estado deseable que debe
caracterizar a un determinado entorno natural para poder considerarse saludable
desde criterios ambientales prefijados.
Sobre todo, debe procurarse que no resulte invasivo ni tampoco acabe cayéndose en un
estado regresivo que lo deteriore, quizá hasta hacerlo desaparecer.
Básicamente, se persigue un ideal a partir de criterios biológicos a los que
se suman otros no tan científicos.
El objetivo es evitar cambios que resulten perjudiciales por mermar el capital ambiental
que se considera valioso.
Así, cuando se habla de equilibrio ecológico, no siempre se contempla la cuestión desde
un punto de vista científico ni mucho menos objetivo, pues ni siquiera la ciencia lo es en realidad.
Ese equilibrio, a su vez, puede ser más o menos compatible con el bienestar e intereses
del ser humano, partir de unos u otros supuestos que resulten éticos o todo lo contrario,
y suponer un atentado contra unas u otras especies.