¡Ciudad mía! Hablo de ti, de tu opulento parque. Allí, donde tus árboles crecían con la misma ternura que mi infancia. Hojas...pájaros...ramas desprendidas por un viento secreto que jugaba con el gozoso asombro de lo nuevo. También él: hermoso ángel caído expulsado de los cielos y maldito, sobre su alto pedestal ponía en nuestro aletear su cruel belleza. Él, que antes fuera Hijo de la mañana, Portador de la luz, Príncipe del aire, caído fue en desgracia por su orgullo. Desterrado de Dios, ya en el Abismo con su falo de lumbre copuló con la muerte. Pero tú ¡abierta ciudad mía! lo acogiste en tu seno, aunque por su oscura mirada quedaran nuestros miedos esparcidos y en celestial desgracia su pecado devastara las risas trashumantes. Busco, ahora, cuanto queda de mí, de ti, de entonces...¡hermosa ciudad mía! y son otros terrores los que habitan tu vértigo y el sabor de mis horas. Sobre su pedestal, Lucifer ha envejecido, ni tú, ni él, ni yo, somos los mismos: ahora nos cubren alas de otros ángeles
Luzmaria Jimenez Faro
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