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Iba tocando mi flauta a lo largo de la orilla; y la orilla era un reguero de amarillas margaritas.
El campo cristaleaba tras el temblor de la brisa; para escucharme mejor el agua se detenía.
Notas van y notas vienen, la tarde fragante y lírica iba, a compás de mi música, dorando sus fantasías, y a mi alrededor volaba, en el agua y en la brisa, un enjambre doble de mariposas amarillas.
La ladera era de miel, de oro encendido la viña, de oro vago el raso leve del jaral de flores níveas; allá donde el claro arroyo da en el río, se entreabría un ocaso de esplendores sobre el agua vespertina...
Mi flauta con sol lloraba a lo largo de la orilla; atrás quedaba un reguero de amarillas margaritas...
Juan Ramón Jimenez |
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