Mucho se ha hablado sobre que Babel, la película de Alejandro González Iñárritu rodada en tres continentes y cuatro idiomas, es una historia sobre la globalización del mundo actual, pero yo os propongo una lectura un tanto distinta.
La película se desarrolla en Japón, Marruecos y México contándonos tres historias entrelazadas a pesar de las distancias físicas y culturales de estos tres sitios. Pero, a la vez, Babel nos cuenta que en el fondo los seres humanos vivimos, disfrutamos y sufrimos por lo mismo: los hijos.
Y lo que es peor, cometemos los mismos errores con ellos: no les prestamos atención, les dejamos demasiado solos, no estamos con ellos cuando nos necesitan, es más, ni siquiera nos enteramos de cuándo nos necesitan.
La hija japonesa, sordomuda, atraviesa una grave crisis adolescente. Para superarla, no cuenta con su madre -que se suicidó hace meses- ni con su padre, más ocupado en sus negocios que en su hija.
Los niños americanos se pasan media vida con su nana mexicana y están apunto de morir en el desierto sin que sus padres siquiera lleguen a enterarse. Además, la nana se juega su vida y la de los niños a los que cuida por asistir en México a la boda de su hijo.
Por último, los hijos marroquíes crecen en la más terrible de las soledades, haciendo labores que no corresponden a niños sino a hombres. Sus padres les dejan empuñar un fusil como quien deja que su hijo juegue con un balón.
En definitiva, diferentes culturas, diferentes países, pero un mismo vínculo, el del amor entre padres e hijos y las consecuencias de la irresponsabilidad que a veces ejercemos sobre ellos.