En el mundo indígena, uno de los principios que constituyen el universo es el dolor. Sin embargo,
los ojos de ese pueblo penetran en esta realidad sin miedo y la transforman en algo sublime.
Un guerrero miró a su hija recién nacida.
Tan hermosa le parecía que no encontraba un nombre apropiado para ella. Todos le sabían a poco.
Al fin decidió buscar lo más valioso del mundo y tomarlo como nombre para su primogénita.
Salió muy temprano, cuando aún era oscuro y pensó
"Podría llamarla: Silencio, pues es hermosísimo"
pero comenzó el amanecer y el guerrero detuvo sus
pasos y dijo: "No, la llamaré: Aurora".
Decidió caminar unas millas más y el día avanzaba
mientras a lo largo de su camino el guerrero
pensaba en llamar a su hija: "Luz, nieve, Flor, Cielo."
Y así recorrió grandes distancias y consultó a
muchos hombres instruidos, hasta que finalmente
encontró al más sabio de los hombres, que le dijo:
- Tras esta montaña encontrarás a un pastor muy
sencillo. Acércate a su casa, espera allí y verás lo
más valioso del mundo.
Apostado junto a unas rocas el guerrero esperó el
momento fijando su mirada en la entrada de la casa.
Al cabo de unos momentos se abrió la puerta y
apareció una niña. El guerrero sintió un escalofrío.
La pequeña estaba cubierta de lepra.
En unos instantes, tras la curva del camino, se
escuchó la voz del pastor llamando a su hija.
El guerrero vio cómo padre e hija se abrazaban y
cubrían de besos. Y así, volviendo a su casa con
lágrimas en los ojos, se dijo:
La llamaré Heoma-nae-sàn
("amor en el dolor" ).
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