La sala de conciertos estaba completa; es más, se observaban en la parte de atrás algunos asistentes de pie, urgiendo la presencia del artista; los boletos se habían agotado un mes antes de su presentación; uno de los mejores pianistas del mundo era el protagonista de tan grande expectación.
A la hora en punto de iniciar, apareció en el escenario. La ovación no se dejó esperar, se hizo un profundo silencio, y sin más se escucharon las primeras notas de la Polonesa de Chopin.
Conforme iba avanzando en su magistral ejecución vimos la transformación del artista; la pasión iba creciendo, su rostro manifestaba una profunda concentración que se reflejaba en cada nota con una emoción que más pareciera estar tocando con el corazón que con las manos.
El sudor cubrió su frente, su cabellera se fundía con el ritmo de su música. El éxtasis en la parte alta de su concierto no era exclusividad del artista, los asistentes estaban paralizados y en sus rostros se reflejaban las pasiones que el músico les transmitía.