ALMA MAHLER
Cuando era pequeña su padre le dijo algo que fue presagio de su vida: “Actúa para seducir a los dioses”. Alma se mantuvo fiel a ellas y se convirtió en musa inspiradora de genios inmortales. Se casó con Mahler, con Walter Gropius, con el poeta Franz Werfel y tuvo amores con Kokoschka y Gustav Klimt Gran improvisadora al piano, estudió contrapunto y composición con Zemlinsky (compositor y profesor de Schönberg), escribió canciones para voz y piano, e incluso, se inició en la aventura de componer una ópera. Tras una leve amorío con el pintor Gustav Klimt y una corta relación con Zemlinsky, se casó con el afamado Gustav Mahler, hoy muy reconocido como compositor, pero que, en vida, fue más conocido en su faceta como director de la Ópera Imperial de Viena. Sin embargo, nueve años más tarde, él murió, y, pese a sus sucesivos matrimonios, Alma mantuvo el apellido de Gustav (Mahler). Lo cierto es que esta mujer parecía correr en pos de la inmortalidad. ¿Cómo? Desempeñando el papel de musa de otros genios. La viuda de Mahler no tardó en caer en brazos del pintor Kokoschka, quien la retrató en varios de sus lienzos. No en vano, le dijo que sólo se casaría con él cuando éste hubiera creado una obra maestra. Lo cierto es que nunca lo hizo. Oskar Kokoschka tampoco era un personaje ajeno al mundo musical. Este artista plástico amaba la música y los últimos tiempos con Alma le sorprendieron trabajando en un Portafolio Bach, que contiene una serie de obras pictóricas sobre la Cantata nº 60 del músico barroco. Llegaron las desavenencias y Alma abandonó a Oskar para casarse con Walter Gropius, arquitecto fundador de la Bauhaus. En 1916 nació su hija Manon, fruto de la unión con Gropius y llamada así en honor a la heroína de una célebre ópera de Puccini, Manon Lescaut. La niña, ya desde pequeñita, se ganaba el cariño de todo el que la conocía. Muerta prematuramente a la edad de 18 años, el compositor y amigo de la familia, Alban Berg, le dedicó su Concierto para violín, que subtituló A la memoria de un ángel, en homenaje a ella. El matrimonio con Gropius duró poco, pues Alma se enamoró del poeta Franz Werfel, con quien acabaría casándose. En 1940, mientras huía del nazismo con Werfel (éste era judío), llegaron a Lourdes, camino de Marsella, con la intención de obtener un visado para los Estados Unidos. Llevaban en una maleta las partituras de Mahler, que querían poner a buen recaudo. Las cosas se habían puesto muy feas y Werfel hizo una solemne promesa: si salían de aquélla, lo cual parecía un milagro, escribiría la historia de otro milagro, el de Bernadette, la pastorcilla de Lourdes. A su llegada, sanos y salvos a América, cumplió su palabra y puso por escrito la historia de Bernadette. La Twentieth Century Fox compró sus derechos para el cine, y de ahí surgió la película La canción de Bernadette, protagonizada por la angelical Jenifer Jones.
LA CUESTION JUDIA. Resulta curioso que esta mujer, que manifestó ciertas tendencias antisemitas a lo largo de su vida (a la vez que cierto coqueteo inicial con el fascismo), acabara casándose con dos maridos judíos: Gustav Mahler y Franz Werfel. Ella misma decía que “no podía vivir con ellos ni sin ellos”.
CURIOSIDAD. En su último piso, en Manhattan, dedicó dos habitaciones a las pasiones de su vida. Su alcoba la bautizó como “el Poder de la Música” y llenó el salón de libros y pinturas y lo denominó “el Poder de las Palabras”.
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