Lucrezia d’Alagno ha pasado a la historia por ser la favorita del rey Alfonso V de Aragón, conocido como el Magnánimo, que la convirtió en la dama más importante e influyente de la Corte de Nápoles. Fue honrada como reina por el pueblo, el clero y los embajadores y musa de poetas y trovadores que celebraron su notable belleza. Han llegado a describirla como la mujer más bella que había existido en su tiempo. Pero nunca pudo hacer realidad su sueño: ser la esposa de su regio enamorado. El Papa lo impidió. Y la bella napolitana pasó a engrosar la lista de reinas que nunca llevaron corona pero reinaron en el corazón de un rey.
Lucrezia había nacido en el seno de una familia noble originaria de Amalfi y cuya presencia en la corte napolitana consta ya en tiempos del rey Roberto. Su madre se llamaba Covella Toraldo y su padre, Nicola d’Alagno, señor de Torre Annunziata, había servido fielmente al rey Ladislao y a Juana II tanto en los territorios del reino como en diversas embajadas al extranjero, hasta que la última reina napolitana decidió prescindir de sus servicios por la cercanía de su vasallo a Alfonso de Aragón. Sin embargo, al contrario de lo que puedan llevar a pensar el áureo linaje y la ajetreada vida política del padre, la situación económica de la familia estaba muy lejos de ser boyante, e incluso algunos testimonios de la época los califican de pobres.
Cuando, en 1442, el rey Alfonso V de Aragón entra victorioso en Nápoles e instala allí su corte, la ciudad se convierte en un centro literario y artístico de primera magnitud: numerosos poetas procedentes de Castilla y de Aragón le acompañaban en su séquito, poetas áulicos cuya función primera era la de cantar las glorias guerreras y amorosas de su rey y de los nobles de la corte. Una corte que se destaca por su elegancia, alegría y cultura y en donde se habla latín, castellano, italiano y catalán.
Alfonso era un hombre conquistador, impetuoso, vividor y divertido, le gustaba el juego, la caza y las mujeres. Espléndido como mecenas de hombres de letras, de arte, de música y comprador de libros. Luchó por ampliar su reino aunque después dejara sus territorios en manos de otros, a los que daba órdenes y le obedecían. En tierras ibéricas había dejado a su esposa María de Castilla, a la que no amaba y con la que no había tenido hijos, a cargo de los asuntos de la Corona de Aragón como lugarteniente general. La reina desarrolló una activa vida política, muchas veces frente a sus cuñados los Infantes de Aragón. Su labor se centró en conseguir la paz con Castilla y conseguir dinero y hombres de armas para las campañas italianas de su esposo.
EL ENCUENTRO
Los testimonios que han llegado hasta nosotros sobre el modo en que conoció Alfonso V a la bella Lucrezia son contradictorios entre sí, pero hay un hecho en el que coinciden todos, y es que la relación entre ambos debió de comenzar en torno a 1448 y a esta sólo puso fin la muerte del monarca. Alfonso V tenía cincuenta y cuatro años, y llevaba mucho tiempo separado de su esposa, a la que no había vuelto a ver, cuando se enamoró de aquella hermosa muchacha de dieciocho años.
Parece ser que Alfonso y Lucrezia se conocieron en la fiesta de San Juan. Ella se le acercó con un recipiente de cebada y se lo ofreció (según la tradición, las jóvenes solteras trataban de adivinar quién sería su enamorado cultivando cebada): "He sembrado cebada pensando en vos. Ahora espero vuestro regalo". El rey ordenó a su tesorero que entregara a la joven una bolsa de monedas. Ella buscó un " Alfonso pequeño", que era un tipo de moneda, y dijo: "Un Alfonso es suficiente para mí" y se fue. Desde entonces se amaron hasta la muerte del rey.
LA FAVORITA
La entrada de Lucrezia en la vida del rey cambió sus costumbres y su vida. La influencia e importancia de esta dama fue notable. El rey la amaba perdidamente, de tal forma que en su presencia era como si estuviera fuera de sí, no oía a nadie excepto a Lucrezia. Siempre tenía sus ojos puestos en ella; elogiaba sus palabras, admiraba su sabiduría, aprobaba sus gestos y decía que su excelente forma de ser era única, encontraba elegante el porte y la belleza de la persona que juzgaba divina. Alfonso la llevaba siempre a su lado y pedía que se le diera tratamiento de reina. De hecho todas las peticiones pasaban por ella, si alguien quería algo del rey debía de pedírselo a "Madama Lucrezia”.Sin su aprobación nadie podía lograr que el rey le escuchara.
El rey, inmerso en los amores con Lucrezia, se ocupó bien poco de la política y del gobierno, entreteniéndose en la caza, convites, paseos y otros placeres. Alfonso regaló a su amada tierras, títulos y riquezas, e intervino también para que ella pudiera adquirir propiedades a buen precio. No sólo convirtió a Lucrezia en una mujer rica y poderosa, sino que favoreció a la familia d`Alagno. Existe constancia a través de la documentación de la corte de que varios familiares de la favorita fueron los beneficiarios de provisiones e incluso de cargos en la corte y de matrimonios concertados por el propio monarca.
Toda la Corte napolitana conoció y aceptó aquel amor, todo el mundo en realidad excepto la esposa de Alfonso. Lucrezia no era sólo la favorita del rey, era prácticamente la reina, aceptada y respetada en todos los estamentos. El pueblo, el clero y los embajadores la honraron como reina. Son múltiples los banquetes y festejos que Alfonso V organizó para honorar a la joven dama, y los encantos de ésta trascendieron hasta tal punto que, cuando en 1452, el emperador Federico III y su esposa visitaron la Corte de Nápoles, ansiosos por conocer a la bella joven e incapaces de esperar al evento que el rey había organizado con tal fin, decidieron acudir de improviso a su casa y satisfacer así su curiosidad.
Los poetas, músicos y artistas más importantes del momento vivían y escribían en la corte napolitana, celebrando con sus versos al rey, a la reina su esposa y a la bella e imprescindible Lucrezia d’Alagno. Se destacaba especialmente la indescriptible belleza de la favorita y ensalzaban la castidad de los amores de Lucrezia y Alfonso V. Dicen que permaneció virgen durante todo el tiempo que duró su relación con el rey. Aspiraba a casarse con él en cuanto enviudara y convertirse en reina “de derecho”. Y Alfonso también deseaba aquel matrimonio.
LA PETICIÓN DE NULIDAD
Alfonso le prometió que se casaría con ella si su esposa, la débil y enfermiza María, moría. Pero como la reina tardaba en morir, pese a la fragilidad de su salud, quiso anular su matrimonio para casarse con Lucrezia. La favorita viajó a Roma en el año 1457 para pedir al Papa Calixto III que anulara el matrimonio estéril del rey. En la Ciudad Eterna fue recibida con tanta pompa y honor como si se tratase de la verdadera reina que ella aspiraba a ser. Pero el Papa no accedió a la petición, apoyando plenamente a la reina de Aragón. Quiso recompensar a la que había dado tan alto ejemplo de lealtad como esposa y una excelente regente.
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