La ciudad de noche
Soy un trasnochador empedernido. La noche, ejerce sobre mí una poderosa atracción que me impele a deambular sin rumbo fijo, por las calles desiertas y vagamente iluminadas por la tenue luz de la luna y el resplandor enfermizo de las farolas. Horizontales nocturnas, describen un círculo vicioso alrededor de cabarets y tabernas llenos de humo, donde se hace imposible respirar. Ambiguos e invertidos, muestran impúdicamente sus malsanas y equivocas inclinaciones. El prisma de la lujuria, con toda su gama de exóticos colores, en el que giran seres extravagantes, que parecen arrancados del infierno revelado por Dante, en una ronda infernal en la que forman triunfantes los vicios desenfrenados. En contraste, cuando logro salir del dédalo de callejuelas que forman el barrio, encuentro la paz y sosiego que inspira la contemplación de las aguas del río, en las que al par que la luna riela sus haces de plata, se reflejan las copas de los árboles que ciñen sus márgenes y que, mecidos por la suave brisa de la noche de verano, desgrana una música que se me antoja celestial. Y, después, cuando me sumerjo en el tibio lecho, prefiero permanecer despierto, comparando las encontradas sensaciones que produjo en mi espíritu el prolongado paseo. Y así yazco hasta que me vence el sueño.
Base Aérea de Jerez, 12 de marzo de 19XX
Cristóbal Pérez Pérez
A mi buen amigo y compañero Celestino Sigler.