Cuando la quietud nocturna nos envuelve y empapa nuestra mirada volvemos, de algún modo, a la calidez del vientre materno.
No sé que tiene la noche. No soy especialmente noctámbulo. Tal vez es por eso. No sé porque no lo soy, o no lo soy porque no lo sé. Esta relación entre el no saber y la noche me atrae especialmente. Siempre he creído que era una posibilidad, un espacio para la sorpresa, para lo inaudito, para lo inesperado, para entregarme a lo más desconocido, a lo que no se deja recoger en un pensamiento. Dicen que es oscura, tanto que en rigor la noche nunca puede verse. Es el no ver. Ahí podría radicar otro de sus misterios, de sus encantos. Tal vez hasta el extremo de que el extravío fuera tal que ya ni uno mismo pudiera saber de sí. Quizá, así, pase a ser mi refugio, mi hogar, cuando el desamparo viene sin miramientos.
Hay algo de confusión en la noche, como si los perfiles se desvanecieran o no se marcaran. Y se difumina con tal insistencia que un mundo de sueños y de sombras nos permite vislumbrar otra realidad. Curiosamente, entonces alzamos la mirada y la tierra y los cielos se confunden, tanto que somos nosotros quienes resultamos confundidos. Y mis propias palabras se silencian indiferentes unas respecto de otras. Balbuceo, tartamudeo, casi sólo puedo esbozar sonidos. De hecho, retorno a aquel lugar, vientre materno, en el que mi único decir era el del latir de quien me cobijaba. Allí se preludió mi alumbramiento. Y un quehacer fecundo, maternal. Y allí vuelvo cada vez, cada día, cada noche. Me desenvuelvo en un tiempo distinto, entre mi nacimiento y mi final. Es en efecto la noche, y cuando llega festejo el día en que ví la luz y me viene a la memoria el lugar en que ella, madre, alimentó mis sueños. Quedo así sin palabras y siento todo con una intensidad de la que no cabe recuerdo. Mis movimientos son torpes, hasta el punto de sentir ternura por mí mismo. Floto en tu vientre en espera de nacer y no soy capaz de saberlo. Busco cada vez tu cercanía y siento en cada ocasión tu pérdida.
En cierto modo, aquel me despedí para siempre de ser uno contigo. Siempre he creído que ese día es hoy.
Quizás alguien me aguarda con los brazos abiertos y entonces sólo seré capaz de arrancar a llorar.
Habré nacido.