Las cartas que
no escribimos
Escribir unas líneas, dirigirse a alguien por escrito, es un acto que acorta distancia pero, sólo si esa carta es leída por su inspiración.
No sé si ésta es la carta que nunca te escribiré o sólo la que no te llegaré a enviar. En todo caso, tiene algo de correspondencia. Y lo tiene porque en ella se confirma tanto una extraordinaria proximidad, como una cierta imposible comunicación. Dirigirse a alguien es constatar que hay una distancia que tratamos de salvar, que perseguimos atravesar, recorrer. Cierto mar nos une y nos separa a la par. Tampoco estoy seguro de que lo decisivo sea que finalmente remita esa carta. Tal vez lo más importante es que la escriba. Pero, por otra parte, si al hacerlo no cuento ya con tu lectura, me es prácticamente imposible escribir. Así que voy a hablarte como sólo puedo cuando balbuceo ante un papel como si deletreara una carta. Evitemos los nombres. Ya sabes que soy yo y que es para ti. Pero si no dudamos de esa, tal vez esta carta no necesite demasiadas palabras. Las cartas, aun siendo breves, pueden decir con tal contundencia, intensidad y pasión que lo más interesante es que desbordan lo que se escribe.
Entonces, lo más sensato es ensobrarlas y, acto seguido, pasar cuidadosamente los labios por sus bordes para humedecer y enlazar su secreto. Se abre así una nueva y enigmática posibilidad, la de que quizás nunca lleguen a leerse. Lo más importante es que se ha detenido todo tiempo con la simple posibilidad de que se enfrente a lo que siento por ti. No te lo sabría decir, ni busco dejarlo dicho. La escritura se encarga de hacer lo que no sé trasladar. Tengo que entregarme, sin embargo, a ella y reconocer mis límites. Tengo que acallar las frases manidas, torpes, tópicas, las que una y otra vez me brotan, y darme con sencillez.
De lograrlo, podría quizás desvelarte lo que ni siquiera yo mismo sé de mí, lo que me sucede no ya sólo contigo, sino en ti, lo que me ocurre, y es tuyo, lo que es más nuestro que de cada uno, pero sólo es así porque es más de cada cual que lo más propio. No sé. Esas cosas que no hay manera de decir. Me intranquiliza y me incomoda que sea así. Cuando levanto la vista pierdo ensoñación, cuando me entrego a la escritura veo lo que mis ojos son incapaces de ver. Deseo que lo sepas. Y, tal vez, por eso escribo. Para saber que si tú no lo sabes, yo tampoco. No soy capaz de escribirte la carta que tú no lees.