Érase una vez una gota de agua que jamás había visto el mar.
Y lo intentó de mil maneras y sé de algunas en que casi lo consiguió. Veréis: Una vez, el sol la ayudó a subir a una nube y pactaron con el viento veloz del norte, el más frío e implacable, para viajar rápido, pero cuando se encontraban justo encima del mar y se descolgó alegre, impaciente por sentir la blancura de su espuma, una veloz gaviota se la tragó y huyó vertiginosamente hacia los acantilados altos de una isla donde la gota fue defecada en la tierra, absorbida por una ramita de tomillo y liberada de nuevo al aire, pero ya sin peso, etérea. Flotó tantos kilómetros que se mareó y perdió el sentido y la oportunidad de su deseo.
Otra vez, allá en los lejanos páramos del Sur, una noche sintió frío y al día siguiente se despertó siendo una gota-hielo inmóvil en mitad de una gran montaña de gotas-hielo inmóviles, y se ilusionó porque todos saben que los bloques de hielo gigantes de los que formaba parte, se desprendían y viajaban flotando por el mar hacia el cálido ecuador y poco a poco se derretían y todas las gotas-hielo terminaban cambiando a gotas-agua de mar. Y cuando ya formaba parte de la grieta del iceberg, y sonreía a la ilusión de verse convertida en mar, el destino quiso que la gota se quedara en el lado malo de la grieta. Luego un poco de calor, lo suficiente para verse otra vez etérea, y luego entre nubes y arrastrada al interior de los continentes.
Hubo una vez más: regando árboles, logró no ser atrapada por sus raíces y pudo huir hacia una corriente subterránea que la llevó a la bóveda de una cueva. Allí se precipitó por una pequeña catarata a un río enorme y la sonrisa le volvió a pintar el alma y se llenó de la emoción de verse entre remolinos de río juguetón porque, como todas las gotas saben, los ríos van directos al mar. Pero se despistó, navegó cerca de la orilla, una noria la raptó y el destino le volvió a negar sus deseos.
Por último, también sé que lo intentó siendo lágrima de un amante despechado, que aliviaba su dolor caminando descalzo por la playa justo a la orilla del mar. Desde los ojos, a punto de saltar, se sentía mal porque era una lágrima feliz, pero es que podía ver cómo reventaban las pequeñas olas a los pies de su dueño. Y al fin cayó. Pero una ráfaga de viento malintencionado ululó en sus oídos y sintió cómo la empujaba hacia el traje del hombre y se diluyó entre los hilos de un suave tejido azul.
Sé que anda luchando por conseguir su deseo negado tantas veces y os aseguro que la he buscado por todo el mundo. Pero cuando pregunto por ella nadie sabe dónde está y yo no la distingo porque, como todos sabéis, son todas iguales... Aunque hubo una vez que creí ver diminutas lágrimas en una lágrima.
aiguamel