En mis tiempos de estudiante en Francia, en una ocasión tuve oportunidad de admirar la colección privada de pinturas de los marqueses de Valois, y entre los lienzos que más me impresionaron estaba una tierna maternidad firmada por Mary Cassatt. Una cosa es ver una reproducción en un texto de arte y otra ver los trazos magistrales, la sabia combinación del color y la pureza de sus líneas... Miré atónita el cuadro por media hora, y si un balde me hubieran puesto abajo por diosito que lo lleno de baba en tiempo récord! Es curioso que esta norteamericana, quien pasó buena parte de su vida en París, haya logrado captar la esencia del amor entre madre e hijo en tantas pinturas cuando ella jamás tuvo la dicha de ser madre.
Mary Cassatt, la pintora norteamericana a quien debemos que los lienzos de los impresionistas franceses hayan sido aceptados en nuestro continente, nació en 1844 en Pennsylvania en el seno de una familia acomodada. Mary recibió mucho amor y buenos principios morales de su padre Robert Cassatt. La primera vez que Mary viola Ciudad Luzfue cuando viajó por Europa con sus padres siendo apenas una niña de 7 años, pero el amor que París le iba a inspirar a la gringuita rubia fue producto de un flechazo a primera vista con la capital francesa.
Era normal que una damita de su extracción y época aprendiera a pintar, así como a coser, bordar, cocinar bien y tejer. Cuando Mary arribó a los 21 años, tomo la decisión de hacerse artista a tiempo completo. A su padre la idea no le sentó muy de perlas que dijéramos, y le espetó en un arrebato de rabia que prefería verla muerta antes que empuñando su pincel y viviendo de su oficio de pintor. Para entonces Mary ya había estado en clases enla Academiade Bellas Artes de Filadelfia.
Después de la pataleta, Robert Cassatt cedió ante la presión de su hija -quien en sus propias palabras lo atosigaba más que un moscardón en primavera- y en 1866 tras mucho llanto y mocos sueltos, Mary Cassat partió hacia París con las bendiciones y el apoyo financiero de su familia.
El París que encontróla Cassattfue una ciudad mejorada gracias a Luis Napoleón, quien como Emperador Napoleón III decidió modernizar la urbe a través del barón Haussmann. Napoleón III comisionó a este judío la construcción de los boulevards que hoy son característica principal de la capital francesa. Francia vivía momentos de prosperidad, y era muy rentable ser pintor pues habían tantos ricos queriendo adornar sus casas. Mary se dedicó a su pintura con ahínco, conoció a muchos que luego serían los monstruos sagrados del impresionismo, y a su manera, quiso rebelarse contra la dictadura de los que marcaban tendencia desde las escuelas de arte establecidas.
Se hizo amiga de Eduardo Manet y Edgard Degas, quienes venían de familias cómodas de París, y pronto el círculo fue creciendo para admitir al hijo de un sastre pobre de Limoges -Augusto Renoir- y a Claudio Monet, hijo de un comerciante de abarrotes. Mary Cassatt pronto hizo amistad con el huraño Paul Cézanne -del sur de Francia y no muy amante del aseo personal- y con el francés de Ultramar Camille Pissarro.
En Edgard Degas, a quien hoy recordamos por sus ballerinas con caras de bobas, Mary Cassatt iba a encontrar a su alma gemela. Se consultaban mutuamente, protagonizaban estridentes reyertas en los cafés, y luego se reconciliaban aparatosamente. Nunca hablaron de bodas, y las malas lenguas del París de entonces los daban por amantes.
Cuando Mary Cassatt pintó su primer cuadro de madre e hijo, encontró por fin lo que sería su línea perfecta. Antes, había divagado por diversos estilos, tratando de no sacrificar demasiado de su personalidad pictórica para lograr el éxito comercial. Es curioso que la Cassatt, destinada a nunca tener hijos por su elección de quedarse soltera de por vida, supiera plasmar de forma tan magistral la relación de intimidad, ternura y calor que caracteriza al más sublime de los vínculos afectivos. Mary toda su vida fue una buena hija, y cuando sus padres se le sumaron llegando a vivir en París, era ella quien hacía todo por que ellos se sintieran cómodos, desde buscarles vivienda cuando llegaron enmaletados, hasta en el cuido de detalles como encargar a su panadero el pastel de cerezas y crema que tanto le gustaba a su madre. Mary Cassatt amaba tiernamente a los niños y a los animales, y esta pasión se vio plasmada en sus numerosos cuadros en los cuales capta a la perfección los contornos de un niño dormido o un perrito travieso. Entre sus modelos estuvo su sobrinito Gardner, quien en una sesión se aburrió de posar y le armó pataleta a su famosa tía. La madre del muchacho díscolo lo castigó encerrándole en una closet solo para que pocas horas después la consentidora Mary lo sacara de ahí obsequiándole besos y una cajota de chocolates. Uno de los regalos más preciados que le hizo su eterno acompañante Degas fue un perro belga, el cual muchas veces sirvió de modelo, almohada, confidente y hasta limpión de Mary (más o menos como el Yago de nuestro genial Rivas Navas). Mary como promotora de arte y marchante de cuadros tuvo una responsabilidad muy destacada en el hecho que los cuadros de impresionistas como Monet, Degas y Manet llegaran a formar parte de las enormes colecciones norteamericanas. Ella misma compraba sabiamente de la crema y nata de la producción pictórica de sus amigos, salvándoles muchas veces de aprietos económicos. Mary, después de perder primero a su padre y luego a su mamá, logró comprar con sus ahorros la propiedad llamada Chateau de Beaufresne. Siempre ataviada con sencilla elegancia, Mary Cassatt era una exquisita mujer que supo conservar su vivacidad y buena silueta hasta la vejez. Ya estaba en la menopausia cuando James Stillman, un acaudalado banquero norteamericano que jugaba a ser mecenas, comenzó pidiéndole asesoría sobre cuadros y acabó prendándose de ella como un colegial. Mary nuevamente escogió decirle no al matrimonio y conservó la amistad de tan influyente amigo, quien era 6 años menor que ella, hasta su muerte. Mary Cassatt, quizás porque nunca tuvo que angustiarse por aguantarle correrías a un marido necio o andar limpiando cuartos de chiquillos propios, supo conservarse eternamente joven y siempre productiva. Sus cuadros hoy cuelgan de las más elegantes paredes y galerías y se cotizan en millones de dólares. Mary Cassatt, la primera mujer norteamericana cuya obra se valora a la par de la de los grandes genios europeos, llegó hasta los 82 años haciendo honor a aquello de genio y figura hasta la sepultura, aclamada por la crítica y adorada por su público.