Más discurre un hambriento que cien letrados
La inteligencia, dejada a sí misma, puede entretenerse en cien banalidades, pero cuando el estómago siente el zarpazo del hambre no permite dilaciones ni entretenimientos, sino que toma el control de la situación y focaliza nuestro entendimiento hacia un solo objetivo: saciar su apetito. Como expresa el viejo adagio macarrónico: intellectus apretatus discurrit qui rabiat.
Uséase: que vale.
Cele -Celestino-
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