¿Para qué sirven hoy los cardenales y sus colas de seda?
Por: Juan Arias 27 febrero 2013
Con Pio XII la cola de seda púrpura de la capa magna de los cardenales era de 12 metros. Los papas fueron cortándoles la cola hasta llegar a cinco metros con Pablo VI, que tuvo que soportar una rebeldía de muchos de los purpurados. “Es como si le cortaran las plumas al pavo real”, llegó a decirle, irritado, uno de ellos.
Sedas, encajes, sombreros de 30 borlas, anillos de oro con escudos, por cierto todo ello muy femenino, acompañarán también esta vez a los 115 cardenales que se cerrarán en el cónclave para elegir al nuevo pontífice.
Todo ello con fuerte sabor medieval y renacentista.
Lo peor, sin embargo, no es toda esa parafernalia de vestiduras fuera del tiempo, sino su misma finalidad. Hay quién asegura que podría ser la última vez que sean los cardenales los que elijan al papa, dado el desprestigio en el que está cayendo dicha institución.
Lo veo difícil, aunque no imposible. Sin duda, el cardenalato ha perdido su finalidad original. Ha pasado de ser una función a ser una dignidad, tanto personal como la de la sede que se le adjudica al purpurado.
Ni siquiera la función de elegir al papa, es hoy fundamental para el nombramiento de un cardenal ya que hoy sólo los que no han alcanzado los 80 años pueden ser electores y sin embargo se siguen eligiendo cardenales mayores de esa edad, solo como prestigio.
De ser los sacerdotes romanos asesores y ayudantes del obispo de Roma, pasaron, cuando el Papa se convirtió también en rey y emperador, a ser los príncipes de su Corte.
Los reyes llegaron a tener a su servicio a un cardenal como “representante de Dios”, que le asesoraba. El cardenal, al servicio del rey era la expresión máxima de la elegancia y de la estética, con sus ropajes de seda y bordados.
Eran llamados “príncipes”.
Desde el Concilio Vaticano II, los cristianos han continuado defendiendo que la elección del papa no debería ser restringida a ese grupo de “príncipes de la Iglesia”, casi a subrayar que el papa es más un rey y monarca absoluto que el “siervo de los siervos” del Evangelio
Podrían elegirlo las conferencias episcopales; las comunidades cristianas más empeñadas en la ayuda a los pobres y olvidados. Podrían ser personalidades cristianas del mundo seglar de absoluta respetabilidad moral y riqueza humana e intelectual. Y el cardenalato podría ser abolido.
Conversando Jesús con los apóstoles sobre Juan Bautista, el profeta, les recordó que “los que visten de seda están en los palacios de los reyes” (Mt.11,7).
Sin contar que hoy ni los reyes visten de seda ni llevan cola de púrpura y oro, lo cierto es que, como estamos observando en este cónclave, la institución misma del cardenalato está en profunda crisis: cardenales que se avergüenzan de ir al cónclave; cardenales condenados por sus mismas comunidades cristianas; cardenales que si se presentarán a Roma serán visto hasta por su colegas como un engorro, por las acusaciones de carácter moral que pesan sobre ellos.
Los cardenales se han convertido en una especie de jarrones chinos preciosos de la Iglesia que viven muchas vces más para sí mismos y para sus achaques, que para la comunidad de fe cristiana.
Recuerdo en Roma, como las monjitas que asisten a los cardenales de la Curia, todos ellos generalmente ancianos y jubilados, se expiaban unas otras para ver donde cada una compraba las golosinas mejores para “su cardenal”. Una de ellas me dijo que ella sabía donde comprar el “mejor solomillo” para el cardenal que después alardeaba de ello ante sus colegas.
No acaso se dice “boccato di cardinale”, porque en la mesa del cardenal tiene que llegar “lo mejor de lo mejor”.
Me pregunto por qué nunca hicieron cardenal a personajes proféticos como a Mons. Oscar Romero, asesinado sobre el altar; a al obispo Pedro Casaldaliga con una vida al servicio de los campesinos pobre de Brasil. O también en Brasil a un obispo como el fallecido Helder Cámara, cuya casa estaba acribillada por las balas de los militares que intentaban matarle.
Quizás porque la profecía no se encuentre a gusto entre sedas, borlas y encajes ni sea capaz de soportar el título de príncipe.
¿Será el próximo papa capaz de abrir las puertas de nuevo a la profecía en la Iglesia para limpiarla de esos demonios que según el papa emérito Benedicto XVI, se está apoderando de ella, empezando por sus mismos cardenales?