Nocturno
Cada mañana, al despertar, resucitamos; porque al dormir morimos unas horas en que, libres del cuerpo, recobramos la vida espiritual que antes tuvimos cuando aún no habitábamos la carne que ahora nos define y nos limita, y éramos, sin ser, misterio puro en el ritmo total del Universo.
Porque al dormir morimos sin saberlo; nos vamos al espacio en ágil vuelo sin perder la unidad que nos integra, y somos como somos: idénticos, sin cambio, extensos y desnudos como el azul en el temblor del aire. No extrañamos el cuerpo; no sufrimos la ausencia de la piel que nos cobija; somos como antes de nacer: etéreos, vivos en plenitud de firmamento y penetrantes como luz en sombras.
Y nadie, cuando duerme, acaso piense que yace en los dominios de la muerte: porque el cansancio, apenas agonía, nos borra la razón, desciende con ternura nuestros párpados, apaga nuestros ojos, anestesia la carne y nos separa de ella para dejarnos vivos en el sueño.
Y esta costumbre de morir a diario, sin dolor, sin sorpresa, natural como el agua que se deja atraer por el declive, no nos deja pensar que es una muerte cada vez que dormimos, y que, de cada muerte transitoria, aprende nuestro ser la verdad de morir su muerte eterna.
Elías Nandino
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