Se suspende el crepúsculo
Mi callada nostalgia se agigantó una tarde cuando el azul del cielo se perdía entre las nubes; se observaba borrosa la silueta de un sueño que acarició placeres de una niña infinita.
Tus besos encendían el origen ameno de una palabra incauta que el viento hizo pedazos; luego fueron cayendo los débiles momentos, que iban esfumando la ausencia de una pena.
Se suspende el crepúsculo en medio de la tarde, se arrastra la alborada buscando la mañana, la mañana de ausencia, de enrojecidos sueños, que se desvanecieron al saberte lejana.
Y mi mundo amanece como todas las veces. Ya el cielo desnuda su cuerpo azulado, cuando tristemente se aleja lo ameno y el dolor eleva su grito triunfal.
Cae una palabra como una hoja seca, que el viento a empujones destroza a su antojo. Se va una sonrisa con semblante ausente y crece la inocencia que anida en mi alma.
Mis manos se hacen nudos, impacientes, sedientas; extrañan el camino que formaba tu cuerpo. Más que mías eran tuyas de tanto conocerlas, porque tú las sentías más que a tu propia piel.
En los brazos del viento descansan mis palabras, en la sonrisa tibia de un lento atardecer, en el perfume húmedo de rosas bailarinas, en el enjambre inquieto del beso de un adiós.
Te presentí tan cerca, silenciosa y ausente, y luego tan distante con tu furioso encanto. Soy un astro sin brillo, inútil en su empeño; fuiste avasalladora como una gran tormenta.
Mi penar se refleja cuando te estoy pensando, y me apresuro a veces para ser siempre el mismo. Me adelanto en mi furia, mas siempre estoy inmóvil en un silencio frío tristemente salvaje.
Cuando vertí en tu cuerpo mis caricias volcánicas, quede henchido de ti, como tarde soleada. Después de iluminar como un rayo en la noche, dejas que las tinieblas ahora cubran mi alma.
Francisco Santana
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