Subió a la azotea para mirar el cielo por si veía una estrella fugaz. Clavó sus ojos en el firmamento y así dejó pasar el tiempo. No había suerte, las estrellas tiritaban azules a lo lejos, pero todo permanecía inmóvil. En un momento se desligó del embrujo de la noche y desvió sus ojos al reloj: las doce y veinte.
En ese justo instante la anhelada estrella fugaz surcó la bóveda celeste sin ser vista.
Así es la vida, la casualidad nos regala o nos hurta la fortuna; ajenas a nuestra voluntad, las cosas pasan. Eso es la oportunidad, un enigma al que llamamos casualidad cuando no hay intención de por medio y acierto, cuando sí la hay.
Los días transcurren entre oportunidades encontradas o buscadas, y pronto manejamos con sutil intuición su definitivo alcance. Desde pequeños tenemos claro que no vamos a pedir un favor al compañero al que acaban de comunicar su suspenso en matemáticas, ni de mayores vamos a demorarnos demasiado si nos ofrecen una ganga formidable, porque al día siguiente la habremos perdido. El péndulo que oscila entre el “ahora no” o el “ahora o nunca” afecta seriamente al proceso de toma de decisiones, haciendo que en ocasiones la clave del acierto o del error sea precisamente la oportunidad.
Pero no siempre tenemos tanta clarividencia ni tanta templanza emocional: los sentimientos no saben de estrategias y a veces ni siquiera de sensatez. El amor, puro y duro, lo sabe bien. Por ejemplo, dos amantes se distancian porque las dudas y los desencuentros quebrantaron su unión y el tiempo, poco a poco, impuso una lejanía imbatible. Sin embargo, uno de los dos piensa en el otro cada día, atrapado por el terco poder de los recuerdos. Una noche escribe una carta apasionada, en la que vierte sus sentimientos con desmedida, movido por la ineptitud de sus certezas y dando por hecha la simetría emocional del otro.
Alguien debe romper este silencio, piensa. Pero no piensa más allá, es tan intenso su sentir que cree que sus emociones son compartidas, que la pena, la sensación de pérdida, el fracaso reversible o la esperanza persisten también en el otro corazón. Pero eso no está asegurado. No sabemos qué es lo que puede pasar, si la carta llegará a su destino y si será oportuna o demoledoramente inoportuna, si será capaz de reavivar las cenizas no apagadas del todo o si provocará una colisión de mundos que ya eran contrarios sin saberse.