Considerada la primera bióloga alemana, además de la primera médica y la primera feminista, Hildegard es sin duda, una de las mujeres más extraordinarias de la Edad Media europea.
Hildegard Von Bingen nació en Bermersheim (Alemania) en el valle del Rhin, el año 1098 y en el seno de una familia noble alemana. Fue la menor de diez hijos, a los catorce años fue confiada para su educación a Jutta, hija del conde de Spanheim y reclusa en el monasterio de San Disibodo.
Desde muy niña, Hildegarda manifestó un carácter enfermizo e imaginativo, así como visiones, que más tarde la propia Iglesia confirmaría como inspiradas por Dios. Estos episodios, descritos como una gran luz que la rodeaba, la dejaban muy mal e incluso la cegaban temporalmente.
Sus padres preocupados decidieron entregarla totalmente al convento benedictino de Disibodenberg, que se encontraba bajo la órdenes de Jutta, quien se encargó personalmente de la educación de Hildegard. Así, tuvo un profundo aprendizaje en latín, griego, liturgia, música, oración y ciencias naturales y, además una disciplina ascética. A los dieciocho años, Hildegard toma los hábitos bendictinos. Solía decir que «se alimentaba de la Biblia» y que la música le era dictada durante sus visiones.
En 1136, Jutta murió y Hildegarda —a pesar de ser muy joven— asumió la dirección del convento. A la edad de cuarenta y dos años le sobrevino el despertar religioso, el episodio de visiones más fuerte, durante el cual recibió la misión de predicar sus visiones y la comprensión religiosa que le había sido otorgada.
A partir de ahí Hildegard escribe sus experiencias. De los nueve libros que escribió, se destacan Scivias, de corte místico-, Liber Vitae Meritorum, sobre ética, y Operatione Dei, sobre teología. Otro de sus libros, el Liber Simplicis Medicinae es importantísimo para la medicina, pues en él se hace un acercamiento a la ciencia de curar desde la perspectiva holística, incluyendo conocimientos de botánica y de biología. De la misma forma, el Liber Compositae Medicinae trata sobre las enfermedades, pero desde el punto de vista teórico explicando sus causas y síntomas.
Hildegard no sólo se dedicó a escribir, si no que además compuso música gregoriana y escribió setenta y siete canciones aproximadamente, y una ópera Ordo Virtutum, por la cual se ha dicho que la compositora fue más allá de las normas de la música medieval otorgándole un nuevo lenguaje.
Por esta época, un comité de teólogos del Vaticano legitimó sus visiones y sus mensajes, que para muchos eran predicciones del futuro, aunque ella lo negara y dijera que más bien era una proyección del presente. Tal fue su reconocimiento, que llegó a ser conocida como la Sibila del Rhin. En este momento, la gente la buscaba para escuchar sus palabras de sabiduría, para curarse o para que los guiara.
En cuanto a su relación con la Iglesia, no siempre fue cordial, pues Hildegard atacó seriamente las costumbres de ésta y la denunció por corrupta y por no seguir los preceptos de compasión realmente. Además la desafiaba constantemente y, en una época en que no había duda de la culpabilidad de Eva, ella se limitó a decir que Eva no había cometido falta, sino que era una víctima engañada por Satán, quien le envidiaba su capacidad de dar vida. Por si fuera poco, se atrevió a visualizar el acto sexual como una unión espiritual que iba más allá de la procreación.
La relación con la Iglesia alcanzó su crisis cuando Hildegard y las monjas del convento de Rupertsburgo que ella había fundado (se llama así por un santo del que ella escribió la biografía) dieron sepultura en el cementerio de su convento a un joven revolucionario, que había sido excomulgado por el arzobispo. Así, según la Iglesia, el joven no merecía santa sepultura, pero Hildegard insistía en que él se había arrepentido. Se negó a desenterrarlo e incluso hizo desaparecer cualquier rastro del enterramiento, para que nadie pudiera buscarlo.
Este problema le acarreó a Hildegard y a todas las monjas a su cargo la prohibición de hacer música. Ella, muy molesta, le escribió al arzobispo una carta bastante dura en la que se lamentaba de la «pérdida» que esto significaba para todo el Rhin y además amonestaba a la autoridad eclesiástica.
La Iglesia decidió perdonarla y pocos años después esta polifacética y mística mujer murió habiendo superado los 90 años de vida. Cuenta la tradición que a la hora de la muerte aparecieron dos arcos muy brillantes y de diferentes colores en el cielo. Hubo varias tentativas de canonizarla, y aunque esto nunca se llegó a dar, popularmente se la conoce como santa e incluso el papa Juan Pablo II la reconoció como «una mujer santa».
Famosas y no tanto