NAVIDAD: EL NACIMIENTO DE UNA CONTRACULTURA
José María Castillo, teólogo
En Navidad, los cristianos recordamos el nacimiento de Jesús. Pero son muchos los que no caen en la cuenta de que celebrar el nacimiento de Jesús de Nazaret es celebrar el nacimiento de una contracultura. Porque en realidad eso es lo que sucedió cuando nació Jesús. Según el relato de aquel nacimiento, cuando Jesús vino al mundo, unos ángeles (o sea un "mensaje sobrenatural") se aparecieron a unos pastores y les explicaron la clave de lo que pasó aquella noche: "os ha nacido un Salvador... Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2, 11-12). Lo que menos importa en este relato es la "verdad histórica" de lo que se cuenta. Lo que interesa es el "mensaje religioso" que se transmite. ¿En qué consiste ese mensaje? Consiste, ante todo, en que los humanos tenemos un principio y un criterio de "salvación", es decir, de solución para tantos y tantos problemas que nos agobian. Tenemos, pues, una esperanza. Porque tenemos así "una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo" (Lc 2, 10). Pero, ¿cuál es la señal que se nos da para encontrar esa gran noticia y esa fuente inagotable de alegría? La cosa es sorprendente: "un niño en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2, 12). En la Navidad recordamos que nació Jesús. Y eso es importante. Pero tan importante como eso es saber dónde se encuentra a Jesús. Pues bien, la señal está muy clara: a Jesús (la salvación, la solución, la esperanza) se le encuentra "en un niño recién nacido" y "en un pesebre". O sea, la solución y la alegría está en un "proceso contra-cultural". Me explico: se denomina contracultura a los valores, tendencias y formas sociales que chocan con los establecidos dentro de una sociedad. Como es sabido, el término contracultura se usa especialmente para referirse a un movimiento organizado y visible cuya acción afecta a muchas personas y persiste durante un periodo de tiempo considerable. Se puede decir que una contra-cultura nació conla Ilustración, con el romanticismo del s. XIX, con la Generación Beatnorteamericana de los años cincuentas del s. XX, con los movimientos contraculturales de los años sesenta (un buen estudio de este fenómeno, que aparece y reaparece a lo largo de los siglos, en Ken Goffman, La contracultura a través de los tiempos. De Abrahán al acid-house, Barcelona, Anagrama, 2005). Pues bien, esto supuesto, en nuestro tiempo es contracultural ir por la vida afirmando que la buena noticia que necesitamos, que la fuente de felicidad que nos hace falta, todo eso nada menos, se encuentra en lo que puede representar un bebé desamparado en un establo, donde lo que se encuentra es estiércol, telarañas, suciedad, miseria y basura. ¿Qué significa esto? ¿Estamos locos? Intentemos ponernos en razón. Un bebé, en las condiciones indicadas, sólo puede provocar una cosa: ternura, cariño, bondad, humanidad. Pues ahí, en esos sentimientos, está la clave. Una de las cosas más torpes, que arrastra nuestra cultura, es que ha sustituido la "bondad" por "objetos". Esto se nota, por ejemplo, en cómo se trata a los niños, a los jóvenes, a las personas que tenemos más cerca. No tenemos ni tiempo ni serenidad o sosiego para quererlos. Y lo que no les damos en respeto, cariño y bondad, se lo queremos dar en juguetes, caprichos, regalos, cosas. Yo pienso mucho en el desamparo de niños que están cansados de tanta ropa, de tantos chuches, de tantísimos juguetes... Hace años, me quedé de piedra cuando un día visité la guardería miserable, de una parroquia miserable, en un barrio miserable, de una de las megápolis que abundan en América Latina. Había allí unos veinte niños pequeñitos. Cuando entré, estaban todos en una esquina de la habitación destartalada que era la guardería. Todos, menos uno, que se había quedado solillo junto a la puerta de entrada. Cuando abrí aquella puerta y me encontré aquel pequeñito, descalzo, flaco y con su barriguita de niño hambriento, lo levanté en el aire con mis manos y le di un beso en la frente. En ese momento, viví una las cosas más impresionantes que me han pasado en mi larga vida. Todo los demás chiquillos se me vinieron encima gritando: "¡A mí! ¡A mí! ¡A mí!" ¿Qué me pedían aquellas criaturas? No me pedían una moneda, un caramelo, un juguete... Me pedían un beso, una señal de cariño... ¡Qué desamparo el de aquellos chiquillos, muchos de los cuales no sabían ni quién era su madre y, por supuesto, tampoco su padre! La "contra-cultura" que nace en Navidad es la cultura del respeto, de la tolerancia, de la estima, de la bondad sin límites, de la delicadeza y la ternura. La cultura de quienes jamás pasan facturas, de los que nunca echan nada en cara a nadie, de los que no dan cabida a la envidia, de quienes no quieren estar jamás por encima de otros, la cultura del que entra en la historia como un bebé, desconocido e insospechado. La cultura, en definitiva, del que rompe tantas vanidades de cosas, tantas cosas, que nos dan todo - lo que necesitamos y lo que no necesitamos -, pero no nos dan lo que de verdad nos hace felices: el respeto, la delicadeza, la bondad sin límites. He aquí por qué digo que la Natividad es el NACIMIENTO DE UNA CONTRA-CULTURA. EL GRAN REGALO QUE TODOS NECESITAMOS ESTA NAVIDAD ES EL REGALO DE LA BONDAD. ¡FELICES PASCUAS!
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