Un dilema moral
Hace unos años se exhibió en las pantallas la película francesa "La decisión de Sophie". Planteaba una situación límite en la que una joven madre de dos hijos recluida en un campo de concentración se veía obligada a decidir cuál de los dos sobreviviría y cuál debería morir.
No ví la película, me espeluznaba imaginar la situación; sin embargo, he pensado mucho en ella. La vida corriente no suele ser tan perversa como lo fue con Sophie; por fortuna, no se presentan muchos momentos en los que no hay más opción que elegir entre dos espantosos horrores. Sin embargo, casi todos conocemos el dolor de una decisión, esa congoja que exaspera cuando decidir es algo tan ineludible como insoportable.
Entre las miles de decisiones que se toman cada día, algunas son especiales por su dificultad y por sus consecuencias, pero, curiosamente, ambas cosas no siempre se correlacionan. Tras una velada de fiesta y copas se puede coger el volante o no hacerlo; esa es una decisión fácil –la toma en unos segundos tanto el que osa como el que desiste – y sus consecuencias son definitivas. Otras decisiones siguen el planteamiento inverso: son poco relevantes, pero conllevan muchas cavilaciones. A veces le damos vueltas a algo, nos quita el sueño, y después comprobamos que no era para tanto y que los riesgos que sopesamos insistentemente no eran tales. Otro tipo de decisiones parecen presionadas por el tiempo, se toman cuando el plazo expira, dejando la angustiosa sensación de que no hubo suficiente reflexión, pero en realidad no sucumben a la prisa, sino a la indecisión. Hay quien elige su carrera el día en que se cierra el plazo de matrícula. Conozco a un estudiante que salió de casa, desbordado, aturrullado, llevando dos instancias, una para Derecho y otra para Odontología. No fue la decisión, sino la indecisión la que determinó su profesión y su futuro. Qué mal lo pasan los indecisos, qué incómoda, desestabilizadora e incluso enloquecedora puede ser para todos la indecisión. En ocasiones, uno desearía ser menos libre, querría que otros nos organizaran la vida, suplicaría no tener que decidir.
Cuando hay que enfrentarse a un asunto trascendente y las dos opciones son equivalentes se plantea un auténtico dilema moral. Leí en algún lugar que lo contrario a una pequeña verdad es una pequeña mentira, mientras que lo contrario a una gran verdad es otra gran verdad. Tiene mucho de cierto, pero tiene también mucho de inquietante. Un dilema moral que obliga a optar entre dos situaciones igualmente válidas, igualmente injustas, igualmente crueles y dolorosas, desata la incertidumbre y quizá también el sufrimiento. Los más graves problemas políticos son, sobre todo, dilemas morales. La inmigración, por ejemplo: no parece posible que los países abran sus fronteras sin que haya consecuencias, pero ¿no es también legítimo que un ser humano busque una vida mejor en otra tierra? Hay muchos más ejemplos. ¿Se negocia con los que han asesinado para que por fin dejen de matar? ¿Debe negarse un trasplante de órganos a un fumador frente a otro receptor? ¿Se prohíbe o se permite el velo en las escuelas laicas? Todos los dilemas exigen una respuesta, es necesario actuar, no se puede progresar sin tomar una decisión.
Las personas corrientes no somos ajenas a las decisiones políticas, aunque su peso se diluya en la colectividad; sin embargo, es en el ámbito personal donde verdaderamente sentimos la soledad abrumadora de la decisión. De nuevo me viene a la memoria una película, menos trágica que la anterior, que nos estremecía con otro dilema emocional. En "Los puentes de Madison", un ama de casa debe decidir entre el amor gastado pero seguro y la pasión luminosa pero arriesgada. Finalmente, opta por lo primero. ¿Hizo bien? Quién sabe.
Es difícil decidir sobre el amor cuando es un incierto campo de espinas. Romper una relación que solo proporciona insatisfacción y pena es seguramente lo más acertado, pero si aun así se sigue queriendo a la persona con la que ya no es posible convivir entonces debe ser desolador. Hay decisiones que provocan una onda expansiva en el corazón y que dejan claro que decidir es, sin duda, lo más difícil de la vida. Sin embargo, siempre se sale adelante y casi siempre se acierta, porque el acierto es asumir la opción y mirar al mañana, sabiendo que es con decisiones difíciles con lo que construimos nuestra propia historia.