La nueva evangelización
(y 2º)
Por eso el Hijo se llama a sí mismo "hijo del Hombre" (el Modelo, el Camino de transformación, la Verdad de nuestra realidad, la Vida feliz a la que estamos llamados). La condición de "ser humano" no nos la da el haber nacido de una mujer, ni siquiera el disfrutar de inteligencia. Sino el proceso vital de transformación, la realización concreta e individual de la "imagen y semejanza" (Gen 1,26).
Se ha hablado mucho de "conversión", que es la rectificación continua de nuestros errores. Pero poco de crecimiento, de "transformación", que es la finalidad de la vida: llegar a ser nosotros mismos, solo nosotros mismos y plenamente nosotros mismos. Es decir, llegar a realizarnos como el hijo o la hija que el Padre creó, superando nuestros instintos, ambiciones, complejos, falsedades, ambientes y heridas. En suma, levantándonos sobre nuestra inconsciencia, contingencia y animalidad. El hermano mayor del pródigo estaba convertido pero no transformado.
El Evangelio está plagado de llamadas a la "transformación", más allá de la "conversión". Citaré algunos ejemplos: Cuando el joven rico afirma: "Todo eso lo he cumplido desde pequeño" (Mt 19,20), está diciendo que ya está convertido. La continuación es: "Anda, vende todo lo que tienes… después ven y sígueme" (Mt 19,21). Que significa: Ven conmigo e imítame, transfórmate y ayúdame a transformar.
Cuando Pedro camina al lado de Jesús y ve que Juan les sigue, pregunta: "¿Señor y éste qué?" (Jn 21,21). La respuesta es similar: "Si yo quiero que éste se quede… ¿a ti qué? Tú sígueme". La llamada y el seguimiento siempre son personales e individuales, transformantes. Aunque después necesitemos el apoyo de la comunidad para contagiarnos y contagiar.
Cuando Marta -convertida y entregada al servicio del Señor- se queja: "Dile que me ayude" (Lc 10,40), la respuesta es: "María ha escogido la mejor parte". La impregnación, la transformación, el proceso de desarrollo personal, es la parte esencial. Detrás vendrán inevitablemente los frutos.
Pero no basta con saberlo y desearlo. Hay que poner los medios que nos ayuden en esa transformación. Para mí son básicamente dos: la oración personal y la formación sicológica experiencial. Hay que sumar espiritualidad y sicología (pura actualidad). Es imprescindible saber quiénes somos, de qué estamos hechos y a qué estamos llamados, cuáles son nuestros buenos funcionamientos, cómo decidir lúcida y libremente, etc.
No son los libros, ni las teorías, ni las abstracciones, ni los títulos, ni los éxitos humanos, ni el poder (mundano o eclesiástico) lo que nos hará crecer, ni siquiera el estado civil o religioso. Lo que nos hace desarrollarnos es salir de nuestras inconsciencias, experimentar nuestras capacidades, tocar nuestros dinamismos, hacer luz en nuestra interioridad, explotar el tesoro interior, ahí reside lo auténticamente humano y sagrado. Cuando se llega a perforar ese pozo artesiano, es inevitable que surjan con fuerza las obras.
En nuestra Iglesia se ha dado muchísima importancia al SABER. De hecho estamos dirigidos por "sabios y entendidos", por "doctores", por los más intelectuales. Si queremos conseguir esa "nueva evangelización" de que tanto se habla, habrá que priorizar el SER (muy por delante del tener, poder, saber o servir) porque el camino del ser es el camino de Dios, el camino de la realización personal, de la máxima fructificación y eficacia, de la máxima ayuda a los demás. Lo esencial de un árbol no son las ramas, ni siquiera el tronco, sino las raíces vivas y profundas que generarán y alimentarán el resto.
Solo cuando prioricemos la "transformación personal" (en la catequesis, en la liturgia, en la oración, en los sacramentos, en la cadena jerárquica, etc.) habremos iniciado la "nueva evangelización", habremos encontrado el camino de la máxima eficacia personal y solidaria: "Dad limosna de lo de dentro y lo tendréis todo limpio" (Lc 11,41).
El Evangelio es camino de transformación, de conquista de la plenitud humana, de felicidad por la autorrealización, que en eso consiste la salvación a que todos estamos llamados: "Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa" (Jn 15,11).
El Evangelio no es un libro que hay que estudiar, ni una doctrina a la que hay que adherirse voluntarista o intelectualmente, ni una fe obligada, ni un deseo de colgarse de Dios y a ver si nos sube... El Evangelio es "un camino que hay que caminar", un camino de continua transformación, de gozoso descubrimiento interior, de permanente humanización. Eso es lo que significa "venga a nosotros tu reino" (Mt 6,10). No viene por fuera y arriba. Viene por dentro y abajo, transformando, iluminando, pacificando, movilizando y alegrando. "Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino criatura nueva" (Gal 6,15).
Jairo del Agua
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