Llegó la hora del hombre,
tu tiempo, héroe cotidiano,
el hombre que vence,
con cada acto,
la adversidad y lo mecánico.
¿Qué será de los que pretenden impedir
el más mínimo cambio?
¿Qué pensarán cuando te inciten
a romper tu corazón y tu equilibrio
al comprobar que sólo reciben
el suave murmurar de lo pausado?
¿Qué sentirán al comprobar
que en tu respuesta no obtienen
la sal del sudor de los esclavos
del miedo y que no aceptas
la cadena de dolor, que es su regalo?
¿Qué harán al comprobar
que en tu denuncia,
hay una invitación a hacerse humanos ?
¿Comprenderán que en tu respuesta
está la mirada de quien comprende
los errores de un hermano?
¿Comprenderán que en tu respuesta
está la rebelión frente al infortunio,
la superación de lo inhumano?
Ojala sea así, pues, su desdicha
podrá ser superada por sus actos.
El mundo es pequeño, muy pequeño,
y corta nuestra estancia.
Sembremos lo mejor,
buena intención,
un gran corazón, mejores actos.
Que incomprensible es
la bondad para el agrio corazón
de aquel para el que querer
es una suma o una resta
según su interés.
¿Con qué vara medirán
el desinteresado acto
de quien se da
a otros que quizás
ni siquiera son cercanos?
No hay medición posible.
Tu ejemplo es para todos,
pero tal vez no lo entiendan
los que calculan los afectos
en lo gruesa que es la cuenta
de los otros en el banco,
o los de la doble moral,
y, aún menos, aquellos
que solo saben vivir
usando el látigo.
Llegó la hora
del hombre que vence,
con cada acto,
la adversidad y lo mecánico.
Ya es la hora, es tu tiempo.
El tiempo del héroe no violento,
la hora del hombre universal,
del nuevo ser humano.