Cada día es más frecuente el fracaso de los matrimonios. A tal
punto se ha llegado, que los jóvenes van prefiriendo convivir
maritalmente, como parejas de hecho, a formalizar legalmente su
relación, ante el cúmulo de inconvenientes que la separación conlleva.
De modo que ya no se juntan las parejas con el objetivo de la
convivencia feliz, sino con la separación como final probable. Y ello
lleva a separarse al menor desacuerdo, a la menor sacudida, al primer
desencuentro, al desaparecer la idealización gratuita e ilógica pero
necesaria y previa a toda unión con ciertos visos de duración.
Por supuesto, las causas de tales conductas y puntos de vista son
varias:
1ª.- La ausencia de religión ni de valores morales ni de un
más allá. Si no hay Dios ni hay unas normas éticas que cumplir y
después de la muerte no hay nada, ¿por qué poner límites a la
consecución de los propios deseos, sean de la clase que sean?
2ª.- La educación recibida, mucho más permisiva que la de
los padres y asediada, día tras día, por el consumismo, el materialismo,
y la filosofía del “a vivir que son dos días” y del “sólo se vive una
vez”.
3ª.- El egoísmo, la incapacidad para sacrificar nada por el
otro y, en cambio esperar de él o de ella el sacrificio de soportarnos a
nosotros tal y como somos, sin ningún esfuerzo por nuestra parte para
hacer la convivencia más equilibrada. Esperar siempre que sea el otro
el que dé el primer paso, el que se disculpe, el que rectifique, el que se
esfuerce, en una palabra, el que cambie, sin darnos cuenta de que el
otro ya era así cuando surgió el amor y lo que ocurrió fue que nosotros
supervaloramos sus virtudes y minusvaloramos sus defectos. Y que,
como consecuencia del egoísmo reinante en la sociedad, el espíritu de
sacrificio ha huído de ella y, consecuentemente, de su célula
elemental, la pareja.
4ª.- Pero, en el fondo, y como razón última de todas estas
conductas y de cualesquiera otras igualmente negativas, se encuentra
una causa fundamental: la ignorancia. Sólo ella es el origen de tantas
ilusiones rotas, de tantas vidas frustradas, de tantos hijos
traumatizados para siempre, de tantas oportunidades perdidas…
Ignorancia de cómo funcionan las cosas en el universo del cual
formamos parte, ignorancia de lo que nos lleva a escoger nuestra
pareja, ignorancia de por qué surgen las diferencias, ignorancia de por
qué vienen los hijos, precisamente esos hijos, o por qué no vienen,
ignorancia, en una palabra, de las leyes que rigen la vida y la muerte y
el nacimiento y el amor y los sentimientos y los deseos y las
aspiraciones y los sacrificios y los vicios y las virtudes y la naturaleza
toda, sea la que llamamos física, de la que somos más conscientes, o la
que, por percibirla menos diáfanamente, llamamos suprafísica,
superior o espiritual.
Por supuesto, en un artículo como éste es imposible exponer lo
que da sentido a todos y cada uno de los acontecimientos de nuestra
existencia, que lo tienen. Pero sí se pueden dar unas cuantas
pinceladas aclaratorias que, luego, el que resulte interesado, irá
ampliando y profundizando. Son éstas:
- Cada uno de nosotros somos espíritus inmortales en
evolución, para los cuales una vida aquí es sólo como un día de clase.
- Después de cada vida, asimilamos las lecciones que nos
ha proporcionado, tanto como consecuencia de nuestros errores como
de nuestros aciertos.
- Esa asimilación aumenta la capacidad de nuestro espíritu
para comprender el estadio de evolución en que se encuentra y, por
tanto, cuánto ha recorrido y cuánto le falta aún por recorrer; qué cosas
ha de corregir; que facultades ha de desarrollar; qué debe y a quién y
por qué, y qué le deben, quién se lo debe y por qué. Bien entendido
que, dado que la savia de la vida, la fuerza que nos hace evolucionar
es el amor, las deudas y créditos son siempre deudas o créditos de
amor. Y que la causa de esas deudas o créditos es siempre el egoísmo,
que puede adoptar múltiples formas, pero que siempre es falta de
amor: La soberbia, la ira, la envidia, la lujuria, la avaricia, la gula y la
pereza, con sus múltiples variantes.
- ¿Qué pasaría si supiésemos que, antes de nacer, conocedores de
nuestro nivel evolutivo y de nuestros créditos y deudas, elegimos,
entre otras cosas, a nuestro cónyuge, porque nos merece confianza,
porque le debemos el amor que en otra vida le negamos o porque nos
lo debe, y esperamos ayudarnos mutuamente en esa nueva oportunidad
que se nos brinda?
- ¿Qué pasaría si supiéramos que deshaciendo la pareja no
estamos sino aumentando nuestros problemas futuros en esta o en
futuras vidas, porque la deuda pendiente se verá incrementada y
tendremos que pagarla la próxima vez en peores condiciones?
- ¿Qué pasaría si supiéramos que ese cónyuge o pareja que nos
parece tan incompatible, espera de nosotros el esfuerzo necesario para
ayudarle?
- ¿Qué pasaría si supiésemos que los hijos, que son espíritus
como nosotros, con muchas vidas a sus espaldas y una larga evolución
por delante, antes de venir al mundo, nos eligieron entre millones de
posibles padres, porque pensaban que seríamos los más apropiados
para ayudarles en su evolución, y que nuestro espíritu dio su
aprobación a esa paternidad o maternidad?
- ¿Qué pasaría si supiésemos que todos somos seres creadores,
dioses en formación, y que la muerte, en realidad, no existe, que el
espíritu, nuestro yo, es inmortal y se reviste de carne cada vez que ha
de nacer para aprender cómo es el mundo y cómo funciona y qué leyes
lo rigen, porque es la única manera de convertirnos un día en
creadores de mundos?
- Y, sobre todo, y como consecuencia de lo anterior, ¿qué pasaría
si supiéramos que no nacemos para ser felices, sino para adquirir
experiencia, para aprender?
- ¿Y si, a pesar de ello, supiésemos que se puede ser feliz al
tiempo que se aprende y que todas nuestras desgracias, todas sin
excepción, son sólo las consecuencias de la falta de amor por nuestra
parte en actuaciones anteriores?
- ¿No cambiaría nuestra manera de verlo todo, de considerar a
nuestro cónyuge, a nuestros hijos, a nuestros amigos y parientes, al
saber que todos ellos están ahí para ayudarnos a aprender lecciones de
vida y para recibirlas de nosotros?
Medita, pues, sobre todo ello porque ésa es la realidad. Tú eres
importante para el universo, que espera de ti sólo una cosa: Amor. Y el
amor, por definición, es desinteresado. Es dar. Es darse. Sin esperar
nada. De otro modo ya no es amor, sino compraventa o
contraprestación. Y entonces se degrada y desciende desde el cielo al
mercado. Y, claro, todos queremos nuestro beneficio en esa
transacción, y la pareja se rompe. Y se romperán todas las que sobre
esa base se formen. Hasta que, aprendida la lección, es decir, aceptado
que las cosas son como queda expuesto, tomemos la propia evolución
en nuestras manos y dejemos de ser llevados de aquí para allá por los
acontecimientos que nos sobrevienen y de los que tanto nos quejamos,
sin saber que no son sino las consecuencias directas de nuestros
propios actos anteriores.
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