La felicidad no tiene contrapuesto porque nunca se pierde. Puede estar oscurecida, pero nunca se
va porque tú eres felicidad. La felicidad es tu esencia, tu estado natural y, por ello, cuando algo se
interpone, la oscurece, y sufres por miedo a perderla. Te sientes
mal, porque ansías aquello que eres. Es el
apego a las cosas que crees que te proporcionan felicidad lo que te hace sufrir. No has de apegarte a
ninguna cosa, ni a ninguna persona, ni aun a tu madre, porque el apego es miedo, y el miedo es un
impedimento para amar. El responsable de tus enfados eres tú, pues aunque el otro haya provocado el
conflicto, el apego y no el conflicto es lo que te hace sufrir.
Es el miedo a la imagen que el otro haya podido
hacer de ti, miedo a perder su amor, miedo a tener que reconocer que es una imagen la que dices amar, y
miedo a que la imagen de ti, la que tú sueñas que él tenga de ti, se rompa. Todo miedo es un impedimento
para que el amor surja. Y el miedo no es algo innato, sino aprendido.
El miedo es provocado por lo no existente. Tienes miedo porque te sientes amenazado por algo que
ha registrado la memoria. Todo hecho que has vivido con angustia, por unas ideas que te metieron, queda
registrado dentro de ti, y sale como alarma en cada situación que te lo recuerda. No es la nueva situación
la que te llena de inseguridad, sino el recuerdo de otras situaciones
que te contaron o que has vivido anteriormente
con una angustia que no has sabido resolver. Si despiertas a esto, y puedes observarlo
claramente, recordando su origen, el miedo no se volverá a producir, porque eliminarás el recuerdo.