Aquella piedra cósmica, tallada como una copa, luce de primera impresión como un cuenco por su boca ancha. Sin embargo, al observarla de cerca, se aprecia el aspecto pentagonal de su circunferencia, y en sus bordes externos, extraños signos que representan los nombres de los nueve Guardianes y Vigilantes que iniciaron la antigua orden extraterrestre en pos de su protección. No deja de resultar inquietante el hecho de que fueron también nueve los caballeros que fundaron la orden de los Templarios en el Siglo X. ¿Está relacionada la piedra de Orión con el mito del Grial?
La Misión del Grial Cósmico
La piedra habría arribado a nuestro mundo con la llegada de los 32 maestros extraterrestres que fundaron la Hermandad Blanca en el desierto de Gobi. De allí en adelante, el elemento cósmico estaría al cuidado de los Guardianes del mundo subterráneo, quienes en determinadas épocas, permitían que la piedra salga a la superficie a través de sus emisarios y sea infiltrada en gravitantes momentos de nuestra historia. Aquella suerte de esmeralda espacial, en su estado natural, lucía similar a un cuenco, por ello no resultó difícil moldearla para darle una apariencia de copa humana y hacerla pasar desapercibida. Luego sería cubierta de metal, oro o piedra para ocultar su procedencia, poderes y misión.
No hay que olvidar que la piedra era algo más que un elemento de poder. Se trataba de un poderoso oráculo que sintetizaba el misterio de la Creación, y que seguía almacenando gran cantidad de información donde estuviese. Por esta razón los Maestros la exponían en ciertos momentos claves a la superficie, sin perder de vista su cuidado y protección. Sin duda, es difícil rastrear todas las oportunidades en que la piedra se manifestó para los hombres. Pero disponemos de algunos indicios de sus apariciones y el importante rol que desempeñó.
Una de estas apariciones habría ocurrido a través de Melquisedec, de acuerdo a la Biblia “Sacerdote del Altísimo” y “Rey de Salem” —supuesto nombre antiguo de Jerusalén—; en realidad, un iniciado de la Hermandad Blanca. Él bendijo a Abraham con la copa de poder luego que el patriarca derrotara a una coalición de reyes (Génesis 14:18). No sabemos si la piedra —camuflada como copa— permaneció con Abraham, pero sí conocemos la misión que pesaba en aquel maravilloso ser humano: iniciar en su persona un proyecto genético que conduciría al nacimiento de Jesús.
Aunque la tradición cristiana menciona por primera vez al Grial cuando Jesús celebra la Última Cena, instituyendo así el misterio de la Eucaristía —siguiendo el mismo ritual de Melquisedec al emplear el pan y el vino—, la copa ya estaba en poder de Jesús desde que era un bebé. Por lo que sabemos, la piedra llegó al Maestro gracias a la visita de los “Tres Reyes Magos”, que al igual que Melquisedec, pertenecían a la Hermandad Blanca. Esto nos indica que en algún momento la piedra “regresó” a los Retiros Interiores para luego surgir en tiempos de Jesús.
Jesús y la piedra de poder
Cuenta la tradición del Grial que en el momento cumbre de la crucifixión, el centurión romano Longinos, montado a caballo, clavó su lanza en el costado del Maestro para certificar su muerte. Hay que recordar que los otros dos hombres que flanqueaban al Galileo en el Gólgota habían muerto de asfixia al romperles las piernas, así los romanos aceleraban las cosas y evitaban que los cuerpos no estuviesen expuestos el día sábado. De acuerdo a las profecías del Antiguo Testamento, ello no ocurriría con Jesús. Y así fue, pues con la herida que abrió Longinos, se determinó que aquel hombre profundo y misterioso había muerto.
Del costado abierto por la lanza, brotó sangre y agua —probablemente por haber perforado la pleura—, y en aquel momento José de Arimatea, un hombre acaudalado en su tiempo, influyente en el Sanedrín y discípulo secreto de Jesús, acercó la copa y colmó en ella la sangre sagrada. No está demás suponer que José sabía lo que hacía, no en vano la Última Cena se celebró en su casa, además que el sepulcro donde fue llevado el cuerpo del Maestro, era también de su propiedad. Como fuere, haya ocurrido en el instante mismo del lanzazo, o posteriormente en el sepulcro, José se habría hecho con una “muestra” de la sangre del Maestro como parte de un “propósito superior”, que procuraba preservar la clave genética de aquel superhombre. De acuerdo a los Guías extraterrestres, el código genético de Jesús encierra el misterio de cómo un ser humano puede albergar en su cuerpo biológico una poderosa energía interdimensional, que supera largamente nuestra realidad física y une los universos.
Como recordamos, el domingo, Jesús resucitaría en su propio vehículo físico, restituyéndolo y dejando una evidencia desconcertante hasta nuestros días: una impronta en negativo de su resurrección, “grabada” por una radiación desconocida en el manto de lino que comprara José de Arimatea, y con el cual había envuelto el cuerpo de su Maestro. Con esto me estoy refiriendo a la denominada Síndone de Turín, que tantas discusiones científicas ha encendido. Finalmente, cuarenta días más tarde de la resurrección, Jesús ascendería al cielo en “cuerpo y alma”, arrebatado por una “nube” (Hechos de los Apóstoles, 1:9) y a partir de allí no hay forma de rastrear qué ocurrió con la copa.
Luego se abren diversas hipótesis y leyendas sobre el Grial, desde que fue escondido en algún lugar de Tierra Santa hasta nuestros días; que Pedro lo llevó consigo a Roma para aparecer más tarde en las ceremonias de 23 Papas, hasta quedar ubicado finalmente en la Catedral de Valencia en España —personalmente dudo muchísimo que Pedro llevara el cáliz a Roma, y que éste se encuentre expuesto como si nada en una catedral a vista del público—; o la leyenda más extendida y probablemente más aceptada: que José de Arimatea llevó la copa a la Galia (sur de Francia) y de allí a Inglaterra.
Supuestamente, luego de la resurrección y ascensión de Jesús, María Magdalena, Nicodemo, el apóstol Felipe y un grupo de cristianos viajan con José en una de sus embarcaciones llevando con ellos el Grial a la zona de Marsella. Posteriormente, José se habría trasladado hasta sus posesiones en el oeste de Gran Bretaña, en donde fundaría lo que algunos investigadores consideran la primera iglesia cristiana: Glastonbury. Se piensa que su primer templo fue levantado alrededor del año 37. D. C., y que sobre él se construyeron edificaciones cada vez más complejas hasta terminar en la “Abadía” —y que fue destruida en 1439 por orden de Enrique VIII; hoy pueden verse las ruinas de lo que otrora era un templo imponente—.
José de Arimatea, y sus descendientes, protegerían la copa por siglos en Glastonbury. Inclusive, la leyenda del Rey Arturo y los “Caballeros de la Mesa Redonda”, forman parte de esta historia, pues ellos también servían al Grial. Más tarde, en la línea de sucesión para velar por la piedra, aparece el misterioso caballero Parsifal, descendiente directo de José de Arimatea y punto importante en esta historia que estamos intentando comprender.
Debo mencionar, una vez más, que en la experiencia en Kayona Joaquín no se refirió a la piedra de Orión como el Santo Grial. Sin embargo, sí quedó claro que Jesús la tuvo en sus manos. Por ello algo en mi interior se moviliza —y con intensidad— al considerar la posibilidad de que la historia de la piedra cósmica y la leyenda de la Copa de Cristo, es una sola.
¿El Grial en América del Sur?
Esta asombrosa posibilidad, hoy considerada por numerosos investigadores europeos, se basa precisamente en la leyenda del caballero Parsifal, inmortalizado gracias a un enigmático poema que habría sido escrito entre los años 1150-1170 por el trovador alemán Wolfram Eschenbach. Como recordamos, esta importante obra sirvió de modelo para la ópera “Parsifal” de Ricardo Wagner.
Gracias a los libros del fallecido profesor Guillermo A. Terrera, conocí en una fecha tan tardía como 1993 —por una oportuna publicación de Editorial Kier de Buenos Aires—, la historia de aquel largo viaje que emprendió el mítico caballero desde la vieja Europa a América del Sur. Confieso que en aquellos años tome el texto ligeramente, quizá por no disponer de mayor información y hallarnos aún muy lejos de una revelación como la de la piedra de Orión y la existencia de Kayona.
De hecho, se piensa que la obra de Eschenbach se sustenta en leyendas muy antiguas. El trovador bebió de esas fuentes y como gran iniciado supo transmitir, aunque de forma críptica, la misión de llevar aquella copa cósmica al sur del mundo, donde estaría a mejor recaudo, pues en Europa ya se le buscaba con ambición.
Vayamos al grano y veamos algunos extractos de “Parsifal”. Sin duda activarán el corazón del sincero buscador de la Verdad:
“De dónde ha salido el caballero angelical si hace milenios en el corazón de Pamir nació. Los Hiperbóreos lo recuerdan como un Vril convertido en el defensor del Vaso Sagrado, de la música cósmica y de todo el lugar. Para buscar las Tierras Blancas, de la Galia partió, como buen templario la Cruz Gamada lo acompañó. Antiguos viajeros del Himalaya y la Rueda del Sol le dieron la presencia del milenario Bastón en las altas montañas del Argentum Polar. Porque el Lapis Exilis fue caído del Cosmos envuelto en un tonante fuego celestial. Oculto lo mantuvieron los Dioses de la Tierra en un Monte Sagrado de la innombrada Viarava donde Vultán le otorgará su Mágico Destino…”
Existen muchas interpretaciones de este texto. Pero es evidente que alude a un viaje desde “La Galia” hacia el “Argentum Polar”. Un nombre por demás sugestivo y que hace pensar en la actual Argentina, que se ubica en el sur de América, llegando inclusive a mirar de cerca las costas de la península antártica (Tierra del Fuego). El texto menciona a Parsifal como “Templario”, señalando que “antiguos viajeros del Himalaya” (¿la Hermandad Blanca?) le entregaron los datos que necesitaba para su viaje a Argentum, y para ubicar en sus montañas un milenario bastón, que a decir de Terrera —y estamos de acuerdo con él— no es otra cosa más que el toqui lítico o bastón de basalto negro hallado en el Cerro Uritorco, el paraje que esconde la mítica ciudad de Erks, en Capilla del Monte (Córdoba, Argentina).
El texto, por si fuera poco, describe al Grial como un “vaso sagrado”, añadiendo el término Lapis Exilis —que para algunos investigadores, como René Guenón, es una alusión a un objeto que cayó del cielo—. Como fuere, textualmente se dice que “fue caído del cosmos”. Es decir, que la naturaleza del vaso, o Grial, es espacial. Que vino de las estrellas. Al menos ella es nuestra impresión, aunque en el texto el Grial y el misterioso bastón del Uritorco se entremezclan, como si ambos perteneciesen a un mismo origen sobrenatural.
En otro aparte de “Parsifal” hallamos más detalles:
“En que lejana cordillera podrá encontrar a la escondida Piedra de la sabiduría ancestral, que mencionan los versos de los veinte ancianos, de la Isla Blanca y de la estrella Polar. Sobre la montaña del Sol con su triángulo de luz surge la presencia negra del Bastón austral, en la Armórica antigua que en el sur está. Sólo Parsifal, el ángel, por los mares irá con los tres caballeros del número impar, en la Nave Sagrada y con el Vaso del Santo Grial, por el Atlántico océano un largo viaje realizó hasta las puertas secretas de un silencioso país que Argentum se llama así siempre será. El caballero del Sol, con su fuerza caminará, llevado por la piedra del combate ancestral. Diadema de Lucifer, luz de corona encantada en vaso, por el poder del Dios Vultán junto al Bastón de Mando, por los siglos, descansará…”
El texto despeja toda duda: el Grial es en realidad una piedra cósmica que encierra una sabiduría ancestral. Eschenbach le llama “la piedra del combate”, lo cual recuerda el episodio de la Guerra Antigua en Orión. Incluso esta obra iniciática afirma que el caballero Parsifal la lleva consigo cruzando el Atlántico hasta “Armórica” (¿América?) y en ella ubica un silencioso país, que como vimos en la primera cita, es llamado Argentum (insisto: ¿Argentina?). Demasiada casualidad. Es como si el nombre del continente ya hubiese sido preestablecido por esferas superiores —y por consecuencia su misión— antes de la visita de Américo Vespucio. Igual con Argentina, que debe su nombre, oficialmente, al Río de la Plata que discurre por su geografía.
La alusión a la diadema de Lucifer tampoco deja de ser importante, por cuanto la leyenda más extendida del Grial sostiene que una suerte de esmeralda (piedra verde) cayó de la frente del Ultraterrestre y de ella se hizo el vaso sagrado. Este símbolo dice muchas cosas. Lucifer representa al Universo Mental. Y es curioso que la piedra “salga” de la frente, que simboliza el Tercer Ojo y por tanto la capacidad de proyección y creación. ¿Acaso la piedra no surgió en Orión como una “cristalización” de la energía mental al crear el plano físico?
Además de la obra de Eschenbach, existen otros indicios que señalan a los Templarios como los portadores de la copa de Cristo al sur del mundo.
La gota que colmaría el vaso fue la expedición de la Fundación Delphos de Buenos Aires, que coordina el Ing. Flugerto Martí. Basándose en diferentes relatos medievales, donde se señala la existencia de un “fuerte” en las costas del sur del mundo —y en donde arribaron 33 hombres de túnicas blancas y cruces rojas en el pecho—, Martí y los miembros de Delphos pudieron identificar tan singular paraje en el Golfo de San Matías, en la patagonia argentina. Para coronar la hazaña, cerca del enclave hallaron una piedra templaria que muestra una cruz simétrica grabada en relieve. Este hallazgo, realizado en abril de 1998, sería el primero de una serie de “anomalías” que invitaban a pensar que un grupo de características indoeuropeas habría llegado a América antes que Colón…
“Fotografía de la enigmática piedra templaria, hallada por la Fundación Delphos en la patagonia argentina. Más detalles de este hallazgo en www.delphos.com.ar
En el mes de junio de 2005 pude visitar aquella zona, concretamente la meseta de Somuncurá, coincidiendo nuestra visita con un especial de televisión a cargo del Canal Infinito, llamado “Patagonia Fantástica”.
En el programa, se entrevistaba a los moradores de Somuncurá, que narraban sorprendidos sus encuentros con apariciones de hombres blancos y barbados, montados a caballo y en actitud de estar vigilando la zona.
¿Acaso las almas de los antiguos templarios? ¿Por qué en aquel lugar de la Patagonia? Además de los descubrimientos de la Fundación Delphos y los fantásticos testimonios que recogió en la zona el Canal Infinito, no es menos importante la constante aparición de ovnis en el lugar. De hecho, se logró captar uno de estos objetos sobre los cielos de Valcheta, pueblo donde, según nos dijeron, se había hallado la enigmática piedra templaria… La imagen fue tomada por el fotógrafo Alejandro Alonso, el 25 de septiembre de 2004.
Pero allí no termina la trayectoria de aquella piedra de poder, antes de quedar, una vez más, a custodia de la Hermandad Blanca. Siglos más tarde, la esmeralda cósmica emergería en tiempos de los incas.
Umiña
La Diosa Umiña y el Tesoro de Rumi Ñahui
Gracias a la periodista ecuatoriana —y gran amiga—, Cecilia Novoa, conocí la historia de esta apasionante leyenda. Aunque hay diversas fuentes, y algunos entredichos, todos están de acuerdo en que aquella esmeralda sobrenatural, apareció en algún momento de la historia prehispánica del Ecuador.
La primera cultura que nos da indicios concretos de la piedra de poder fueron los mantas, un grupo místico y religioso, tal como lo describe el cronista español Cieza de León. Ellos rendían culto a una “diosa” que albergaba poderes curativos. No era otra cosa que una gran esmeralda a la que llamaban “Umiña”.
De acuerdo a diversos investigadores, la Diosa Umiña era una piedra de fina esmeralda, cuyo valor podía exceder a todos los tesoros juntos de muchos templos. Su adoración se la realizaba en el templo construido en la isla de La Plata, hasta donde llegaban enfermos de todas partes. Luego que el gran sacerdote recibía la ofrenda (oro, plata y piedras preciosas) hacía sus deprecaciones postrado en tierra, y después de tomar con un paño blanco y limpio a la Umiña, frotaba con el mismo paño la cabeza del enfermo. Y muchos sanaron…
Tanta fama alcanzó en la época prehispánica que incluso desde centroamérica llegaban enfermos en busca de sanación. Esta circunstancia —no puedo omitir mencionarlo— nos pone tras otra pista, que nos conduce en línea recta a la cultura maya. Pero ya lo analizaremos en otra ocasión.
Otro relato que apunta a la existencia de la Umiña, recae en la persona de la princesa quitucara Quilago, sacerdotisa de la Luna, relacionada a las desconcertantes pirámides de Cochasquí —lugar que siempre indicaron los Guías como “ideal” para los trabajos de los grupos de Quito—; de acuerdo a la leyenda, Quilago mantuvo un romance con el inca Huayna Cápac, entregándole como dote a su reinado la esmeralda de poder. A la muerte del soberano Inca, el destino de la piedra estaba jugado: no podría caer en manos de los conquistadores españoles.
En aquel momento los hijos de Huayna Cápac, Huascar y Atahualpa —este último fruto de la unión del inca con la princesa Quilago— se hallaban en una encarnizada lucha por controlar el Imperio, situación que facilitó la conquista del Perú.
El hecho puntual en torno a esta disputa de poder, es que de acuerdo a las experiencias de contacto de los grupos de Quito, la verdadera batalla entre Huascar y Atahualpa, era por la Umiña que en su momento poseía su padre Huayna Cápac.
Como fuere, se sabe que el antiguo general de Huayna Cápac, Rumi Ñahui, al enterarse de la traición española a Atahualpa y su ejecución en la llacta de Cajamarca (1533), furioso incendió Quito y se dirigió con los tesoros del Imperio a Llanganati, un enclave que no es fácil de vencer:
en parte montaña, en parte páramo, y cubierto de densas nieblas y acompañado frecuentemente de copiosas lluvias. Como bien sugiere Luriano Andrade Marín en su obra “Llanganati” (1933), este paraje permanece oculto de tal manera al Oriente de la Cordillera Real del Ecuador, que su situación estratégica parece más obra de malicia humana que de casualidad natural. Supuestamente, en la laguna de Yanacocha —o quizá en otro lugar más alejado— Rumi Ñahui escondió el “oro de Atahualpa”. No obstante, de acuerdo a lo que nosotros sentimos allí, lo que dejó el antiguo general inca fue más que eso
Expedición peruano ecuatoriana, Llanganati 2005. De izquierda a derecha: Claudia, Susie, Danilo, Richard, Nimer, Carmen y Rafael No tengo duda alguna que Rumi Ñahui fue un iniciado que supo poner en manos de la Hermandad Blanca la protección de la “Umiña”.
Al margen de este episodio, las cualidades sobrenaturales de la “esmeralda” son innegables. Muchos la citan, sin olvidar sus poderes curativos, hecho que conglomeró a diversas culturas de la época. Quizá por esta razón, por el poder inmenso que albergaba y que muchos soñaban poseer, Huascar y Atahualpa se enfrentaron.
Gracias al explorador italiano Gaeteano Osculati, podemos leer una “descripción” de aquella esmeralda. El texto, increíble como revelador, reza lo siguiente:
“...Yo transmitiré a cualquier persona el secreto de la diosa verde, este secreto que me cuesta la vida. Allí está, esta copa fabulosa, tallada en una sola esmeralda y gracias a la que el Inca Supremo captaba todo el poder de las estrellas. Es la más grande esmeralda del mundo. Ella alcanza en mis dos manos abiertas. Está tallada en forma de copa pentagonal. Ella es sagrada, ella es mágica. Permite desplazar montañas pero no salvará la vida de quien la robe. Estoy solo. Mis ojos la velan. Pronto no tendré la fuerza de escribir, la palabra clave, la palabra mágica, es Umiña...”
Este extraño relato, que procede de 1847 —escrito en plena amazonía del Ecuador—, alude al poder grandioso de aquella piedra de poder, hecho que queda tajantemente descrito en otro aparte del manuscrito, que dice:
“...El que conoce el secreto de la piedra ligera y brillante, obtendrá el don de elevarse como las palomas hacia las alturas de los cielos, será llevado por los aires como el cóndor, encima de las montañas sagradas, y conocerá la revelación divina por el ala, el fuego y la piedra fundamental...”
Esta piedra “ligera y brillante”, es mencionada como una “copa pentagonal”. Su relación con la leyenda del Grial no deja de ser inquietante. Lo poco que sabemos, es que el nombre “Umiña” no es fortuito. Como dice el texto, es la palabra “mágica y clave”. ¿Pero para qué? Aquel vocablo quechua parece invocar al elemento cósmico. Como si se tratase de un mantran “llave” que puede conectar al iniciado con el poder que hoy reposa en la dormida Kayona, esperando los últimos tiempos de este planeta.
Desde el remate de las pirámides de Egipto, al betilo o piedra de Chintamani que llevara Nicolas Roerich al desierto de Gobi, hallamos la relación entre la leyenda del Grial y su origen en Orión.
Por ello los Guías —en una experiencia de contacto que afrontaron los grupos de Bariloche—, afirmaron que la piedra, bajo diferentes denominaciones, tuvo su paso a través de las épocas y los hombres. Sea la piedra de Orión, el Grial, la Umiña o Chintamani, el elemento cósmico es uno solo. Y he allí la revelación de esta experiencia.
Ahora comprendo porqué los Guardianes y Vigilantes empleaban los cristales verdes brillantes, como en su momento lo hizo el célebre Thot el Atlante con las “Tablas Esmeralda” para archivar eternamente su conocimiento: aquellos elementos, al ser cristalizaciones provenientes del Universo Mental, tenían poderes inimaginables. No en vano fueron empleados para diversas y complejas tareas, como archivar grandes cantidades de información. También para acumular energía cósmica, probablemente para la navegación espacial —donde combinan la tecnología y el avance psíquico como conductor y “piloto”; o como se nos dijo en algún momento: para “atar” a las esencias de los deportados a la Tierra, tanto colectivamente como individualmente. A este tipo de cristales prisión los extraterrestres les llaman ergomenón, y los hay de dos tipos: los piramidales de base cuadrada (colectivos), y los octaedros (individuales), estos últimos de menor número en nuestro planeta debido al fuerte poder que emanan.
Pero la piedra estelar que alude “la otra historia del Santo Grial”, es el elemento primigenio, el cristal mayor y único en sí mismo. Un poderoso oráculo viviente. Y quizá el cristal angular que retiene a más de un alma caminante en este bello planeta azul.
Hoy comprendo mejor la extraordinaria experiencia que viví en Tierra del Fuego. Y porqué hay cosas que aún no se pueden desvelar ni “tocar”. No obstante, soy conciente que el contacto de diciembre de 2004 fue tan sólo una primera aproximación a este misterio. Desde luego, acceder a Kayona permitió además la activación del Disco Solar que forma parte de la Red del Tiempo, y la revelación de un canto antiguo que enlaza aquellas herramientas de poder hoy diseminadas en los Retiros Interiores más poderosos de las Américas y Antártica. Pero pese a todo lo logrado, ha sido sólo un primer paso.
La invitación a la Antártica aún está abierta. Kayona y la piedra de poder poseen más secretos. Aún hay mucho por revelar. Y ello ocurrirá sólo cuando empecemos a buscarnos a nosotros mismos y a reflejarnos con nuestros compañeros de viaje. Un viaje no físico. Sino espiritual.
He allí el verdadero Santo Grial. La copa sagrada de la cual debemos beber antes de embarcarnos en cualquier aventura externa.
Y sólo el tiempo, como en todo, juzgará la validez de esta apasionante historia…
Un abrazo en la luz,
Ricardo González |