Muchos ya pasaron por la experiencia de llegar a lugares donde la naturaleza expresa una gran armonía y se sintieron invitados al silencio. La naturaleza es espontáneamente silenciosa: las plantas crecen en silencio, el sol brilla en silencio, el día y la noche se suceden en silencio. Y hasta cuando los seres y los elementos de la naturaleza emiten sonidos, consiguen hacerlo sin romper ese estado.
En los momentos de reencuentro con el silencio tenemos destellos de nuestra integración en la Totalidad. Son momentos valiosos, incluso cuando enseguida las costumbres y los hábitos afirman lo contrario.
La estructura de la civilización moderna nos alejó del silencio; de este modo, continuamente perdemos la oportunidad de ingresar en el camino de unión con lo verdadero en nuestro interior. La agitación y el bullicio cotidiano de las aglomeraciones en las ciudades enfatizan los aspectos superficiales de la existencia, postergan el ingreso en las profundidades de una vida más amplia. Continuamente nos llaman a poner atención en superficialidades, a valorizar demasiado las apariencias; así, poco a poco nos dejamos envolver por ellas y nos distanciamos de una percepción más profunda de la vida.
El silencio es básico para el equilibrio integral del ser y para su evolución. En su sentido más amplio, cultivarlo no implica necesariamente privarse de la palabra, aunque esa práctica pueda incluirse con moderación. Con respecto a esto, un filósofo dijo que la abstención de palabras es como la cáscara de un fruto; la cáscara no es el fruto, pero lo protege mientras crece. De manera que, para llegar al silencio se requieren ocasiones de recogimiento, de aquietamiento de los sentidos, de ausencia de compromisos externos -ocasiones de unión con el mundo interior, con la esencia de todo y de todos. El silencio va actuando dentro de nosotros con su energía poderosa y pacificadora. Va retirando velos, va revelándonos cómo no quedar a merced de las influencias externas, cómo reconocer la unidad de la vida. Nos acerca a nuestra real expresión y nos lleva a permitir la de nuestros semejantes.
Para todas las personas el silencio es transformador; pero para los buscadores del Espíritu constituye la luz misma del camino