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General: LA SALVACIÓN DEL ALMA ES CONSECUENCIA DEL ENALTECIMIENTO DE LA CONDUCTA
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 09/10/2009 16:00

LA SALVACIÓN DEL ALMA ES CONSECUENCIA

DEL ENALTECIMIENTO DE LA CONDUCTA

 

Hemos dicho que Jesús hizo prodigios, que los obró por virtud de su

excepcional intuición y comprensión de las leyes ocultas de la naturaleza y

de las superiores facultades mentales y espirituales. Prueba de ello fueron

las numerosas curaciones que realizó.

Intuitivamente conocía la índole de la mente subjetiva respecto del

formidable poder de la sugestión. Intuitivamente diagnosticaba la enfermedad

y su verdadera causa. Su pensamiento estaba vigorizado por la

energía espiritual. Tal confianza inspiraban su personalidad y poder, que

despertaba la soñolienta mente y actualizaba las potencias latentes del

enfermo, por medio de las cuales la fuerza vital normalizaba las morbosas

condiciones del cuerpo. Siempre obraba por virtud de la ley a que hoy

llamamos sugestión. Las notables curaciones que presenciamos por dondequiera

no son más que el resultado de conocer y utilizar la misma ley de que

Jesús se valió magistralmente.

Por virtud de su intuitiva comprensión de las leyes de la mente y del

espíritu fue capaz de emplearlas con tal eficiencia, que en muchos casos

curaban instantáneamente, pero necesitaba en todo caso de la cooperación

mental del enfermo, pues de lo contrario no podía obrar el prodigio. Muchas

veces preguntaba: “¿Creéis que puedo hacer esto?” Y después añadía:

“Conforme a tu fe, se haga en ti.” y el enfermo sanaba.

Las leyes de la terapéutica mental y espiritual idénticamente las mismas

hoy que en tiempo de Jesús y de sus discípulos, cuyo ministerio tenía por una

de sus características la curación de las enfermedades, pues como dice un autor:

“La curación es el testimonio externo y práctico del poder y de la autenticidad de

la religión espiritual que no debiera haberse apartado de la iglesia.”

Los recientes y sinceros esfuerzos para restablecer la curación de los

enfermos en la iglesia según el precepto del Maestro, denotan que se reaviva

el pensamiento respecto del particular. Dicen los relatos evangélicos que

Jesús se dedicó a la curación con mayor frecuencia al principio que al fin de

su ministerio, y por razón de su gran amor a los que sufrían física y

moralmente, cabe suponer que era su intención salvarles la vida material

para provecho de la espiritual.

El pensamiento de que Dios es su Padre le infunde el vehemente

anhelo de dar a conocer al mundo el nuevo mensaje de verdad y justicia.

La religión judaica, que un tiempo vibrara en el alma de los profetas

como la voz de Dios, había muerto sofocada bajo la pesadumbre del dogma,

de las ceremonias y de las observancias externas. La institución eclesiástica

se había robustecido materialmente a costa del espíritu religioso. Pero

Jesús, el Mesías, el divino Hijo del Hombre, trae al mundo el mensaje de la

divina Paternidad de Dios, que es amor, y de la divina filiación del hombre,

que establece la verdad de que todos los hombres son hermanos.

Es Jesús el maestro de una nueva y superior justicia. Expone el

mensaje del Reino de Dios. Enseña a todos los hombres el arrepentimiento,

la evitación del pecado y la vida según el Reino que está en el corazón

humano.

Nadie dirá:” Vedlo ahí. Vedlo allí, porque está en vosotros.” Dios es

vuestro Padre, y Dios anhela que lo conozcáis como a tal: Anhela vuestro

amor, del mismo modo que él os ama. Sois hijos de Dios con tal de que la

ley y vida divina predominen en vuestra mente y vuestro corazón. Así

encontraréis verdaderamente el Reino de Dios, y vuestras obras estarán en

consecuencia con este divino ideal, y vuestra suprema ley de conducta será

el amor a la humanidad. Así llegará día en que el Reino de los Cielos quede

establecido en la tierra.

No vino a predicar fórmulas o dogmas, ni a establecer determinadas

instituciones como la que sofocaba el espíritu religioso en la conducta de las

gentes. Nos trae algo incomparablemente más transcendental, el reino de

Dios y su justicia, del cual todos los hombres son igualmente herederos. Trae

la remisión de los pecados y la salvación de la vida humana, como

consecuencia necesaria del conocimiento y fidelidad a la divina ley.

Todo lo abarca su amor. Viene a cumplir y no a derogar. No viene a

juzgar el mundo, sino a salvarlo. ¡Cuán tiernamente amaba a los niños!

¡Cómo quería que se le acercasen! ¡Cómo gustaba de la natural sencillez e

ingenuidad de la infancia! Oidle: "En verdad os digo: Quienquiera que no

recibiere el Reino de Dios como un Niño pequeño, no entrará en él.” Y

también: ”Dejad que los niños se acerquen a mí, y no lo impidáis, porque de

ellos es el Reino de los Cielos.”

A buen seguro que los forjadores de dogmas y especialmente los

inventores de la caída del hombre no hallarían ni el más deleznable

fundamento para teoría en estas palabras de Jesús. Lo vemos simpatizar y

convivir con el pobre, el afligido y el pecador, lo mismo que con el rico y el

poderoso, procurando infundir en todos el amor y conocimiento del Padre.

El sentimiento de justicia mueve a condenar la opresión, la hipocresía

y la iniquidad, censurando a quienes intentaban levantar, entre el alma libre

y Dios, una valla que cegaba el entendimiento y la conciencia humana con

formulismos y dogmas.

Enseñaba en las sinagogas, pero más frecuentemente en las montañas,

en las orillas de los lagos, bajo el azul del cielo. Reverenciaba la ley

y a los Profetas, que era la religión de su pueblo y la suya propia en los

comienzos de su vida, pero los reverenciaba con tan prudente espíritu, que

las gentes se maravillaban de sus enseñanzas y decían: “Seguramente este

es profeta de Dios. Nadie habló jamás como él habla.” Por la inefable rectitud

de su conducta, por el amor y sabiduría de su persona y por la virtualidad de

las verdades que predicaba, ganó el corazón del pueblo y cada día

aumentaba el número de los que le seguían. Por esto se concitó la

animadversión de los príncipes de los sacerdotes, de los primates de la

jerarquía religiosa entonces existente, que estaban animados del doble

motivo de protegerse a sí mismos y a la religión que habían establecido. Pero

esclavos del formulismo y furiosos al ver el éxito de la predicación de Jesús,

en donde palpitaba el espíritu de la verdadera religión, le dieron muerte cruel.

Hicieron lo mismo que la organización establecida más tarde en su nombre

con muchos verdaderos profetas de Dios. La viva e infalible intuición de

Jesús le capacitó para prever su fin. Nada le disuadió de proseguir su

mensaje sin temor a la muerte. Quería sellar con su sangre su revelación,

seguro de darle mayor eficacia. Sereno y animoso afrontó la muerte; murió

por amor a la verdad del mensaje que tan diligente y heroicamente había

revelado, el mensaje del inefable amor de Dios al hombre. De las enseñanzas

de Jesús debemos inferir que no vino a salvar a las almas de eternos

castigos ni a satisfacer la cólera divina, ni a expiar culpas ajenas, porque todo

esto era contrario a sus enseñanzas. La salvación significaba el supremo

amor del Padre y su anhelo por la dicha de los hombres, la hermosura de la

santidad, la salvación del pecado y del egoísmo, la salvación por el amor y

no el temor, pues de no ser así hubiera cambiado en un instante el propósito

de su vida y el contenido de su obra, lo cual es de todo punto inconcebible.

En las últimas instrucciones que dio a sus discípulos confirmó que la

verdadera esencia de su mensaje era el amor a Dios y el amor al prójimo. No

invalidó su repetida manifestación de que el Reino de Dios y su justicia

relacionaba al hombre con Dios y con el prójimo, de suerte que el orden social

se apoyase en la confraternidad y la justicia. Así reveló el carácter de Dios

encarnado en su carácter.

El poder de la verdad había de salvar la vida, y de aquí su declaración

de que el Hijo del Hombre vino para que los hombres pudieran tener más

plena vida y se salvaran del pecado y de sus consecuencias, haciéndolos

verdaderos hijos de Dios y obreros aptos de su reino. Según Jesús, la

conversión es la realidad de la Ley Divina en la mente y en el corazón, que

salva la vida y en consecuencia el alma.

Con su muerte selló aquella su declaración: ”La Ley y los profetas

fueron hasta Juan. Desde entonces se predica el Reino de Dios y todo

hombre se ve constreñido a entrar en él.” Con su muerte selló el mensaje de

su vida, cuando dijo: ”En verdad, en verdad os digo, que el que oye mis

palabras y cree en aquel que me envió, tiene vida eterna y no irá a

condenación, sino que pasará de muerte a vida.”

Fue el primer hombre que conoció claramente que Dios encarna y

mora en el corazón humano, el primero que conoció su divina filiación y fue

por lo tanto capaz de revelar la divina paternidad de Dios y la divina filiación

del hombre.

En Jesús está el conocimiento de la armonía entre lo divino y lo

humano manifestada en su propia vida y en el camino que señaló, sellándolo

después con su propia sangre.

Jesús es el mediador entre lo humano, el salvador, la verdadera

encarnación de Dios. La verdad que enseñó realza la mente y por lo tanto

la conducta de los hombres a su divino ideal, y los redime del egoísmo y del

pecado, disponiéndolos a entrar en el Reino del Padre.

Jesús es la completa encarnación de la belleza, de la santidad, cuyas

palabras se han difundido y cuyo espíritu actúa incesantemente en el mundo,

conduciendo a los hombres a su ideal.

 

Del libro LAS FACULTADES SUPERIORES, por R.W.TRINE

 
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: ♥Cherry♥ Enviado: 13/10/2009 13:49

QUE APORTE TAN BONITO!!!! MIL GRACIAS POR COMPARTIRLO EN ESTA CASITA QUE TE RECIBE CON TANTO AMOR, TE DESEO UN FELIZ MARTES!!!!!!!!...........BENDICIONES PARA TI, ABRACITOS DE OSOS, MUACKKKKKK

                                      



 
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