LA ESENCIA DE LA SANACION
Max Heindel
Es un dicho corriente que "el ser humano tiene poca vida y muchas vicisitudes". Y entre infinidad de
tribulaciones, ninguna nos afecta mas profundamente que la perdida de la salud. Podemos perder
fortuna y amigos con relativa resignación; pero cuando nos falla la salud y nos amenaza la
muerte, hasta los mas fuertes desfallecen y comprendiendo la impotencia humana, entonces
nos sentimos mas dispuestos a dirigirnos a la Divinidad en solicitud de socorro. De ahí que la
profesión de consejero espiritual haya estado siempre asociada con la medicina y la curación.
La gran mayoría de las gentes no hacen distinción entre curar y sanar, y por lo tanto no estaría de
mas explicar la diferencia, la que consiste principalmente en la cooperación o en la falta de ella.
Una persona puede curar a otra con masajes, drogas, etc., manteniéndose en estos casos el
paciente pasivamente, como la arcilla en manos del alfarero. No hay duda que con tales tratamientos
pueden desaparecer las afecciones tratadas y puede el
enfermo restablecerse; pero su restablecimiento
no es mas que temporáneo, porque no ha recibido la verdadera
apreciación de las causas reales de su
enfermedad y no comprende que ella es la consecuencia de la violación de las leyes de la
Naturaleza, siendo, por lo tanto, muy fácil que siga haciendo iguales cosas nuevamente, con
el resultado de que la misma u otra dolencia vuelva a aquejarlo. La curación es un proceso físico.
Sanar es radicalmente diferente, porque en este caso se exige que el paciente coopere
espiritual y físicamente con el sanador.
"La fe sin obras es cosa muerta"; en todos los casos en que el Cristo curaba a alguien, esa
persona tenía que hacer algo: tenia que cooperar con el Gran Sanador, antes que su curación
pudiera quedar cumplida. El decía: "Alarga tu mano" y cuando la persona así lo hacía, su mano
quedaba curada. En todos los casos había una cooperación activa de parte del que debía ser
sanando con la ayuda de su Sanador. Esto implica un cambio de animo y la persona está entonces
en situación de recibir el bálsamo que puede venir por intermedio del Cristo o por intermedio
de otra persona, según sea el caso. Primariamente, en todos los casos, las fuerzas sanadoras
provienen de nuestro Padre que está en los Cielos, que es el Gran Médico.
Aunque las leyes de la Naturaleza que gobiernan los reinos inferiores son todopoderosas en
circunstancias ordinarias, existen otras leyes que pertenecen a los dominios espirituales y
que en ciertas circunstancias, pueden sobreponerse a las primeras. Cuando el Cristo andaba por la
Tierra y sanaba a los enfermos, El, que era el Señor del Sol, encerraba en si mismo la síntesis
de las vibraciones estelares, de la misma manera que la octava contiene todas las notas de la escala,
y por lo tanto podía emitir de si mismo la influencia planetaria correctiva que se requería
en cada caso. El sentía la discordancia e inmediatamente sabia como contrarrestarla, en
virtud de Su exaltado desenvolvimiento. No tenia necesidad de ninguna preparación previa,
sino que instantáneamente obtenía los resultados implantando la armonía en vez de la
discordancia que causaba la enfermedad que estaba sanando. Solo en una oportunidad se
acogió a la ley superior y dijo: "Levántate: tus pecados han sido perdonados".
Sucede lo mismo con los sistemas ordinarios empleados en el método curativo Rosacruz, es un
sistema que es dable utilizar de acuerdo con leyes superiores, las cuales pueden acelerar el
restablecimiento en casos de larga data.
Cuando contemplamos con la visión espiritual a una persona enferma, tenga su cuerpo extenuado o
no, es evidente que los vehículos sutiles son mucho mas tenues que durante la salud. Por
eso no transmiten al cuerpo físico la cantidad necesaria de vitalidad y por consiguiente, ese
instrumento queda mas o menos quebrantado. Pero sea cual fuere el estado de extenuación
del resto del cuerpo físico, ciertos chacras que son tenues durante la salud, en grado diverso
de acuerdo con el desenvolvimiento del ser humanos, quedan obstruidos en mayor o menor grado,
según la gravedad de la enfermedad. Y esto es particularmente cierto en lo tocante al centro
principal, que viene a encontrarse entre las cejas. En este punto se encuentra emparedado el
espíritu, algunas veces al extremo que pierde todo contacto con el mundo externo y su progreso,
de suerte que se concentra en tal forma sobre si mismo y su propio estado, que solo la completa
la ruptura con el cuerpo físico puede ponerlo en libertad.
Existen tres grandes factores en toda curación: primeramente, el poder de nuestro Padre Celestial;
luego, el medico; por ultimo, el animo obediente del paciente sobre el cual pueda actuar el
poder del Padre por intermedio del sanador, en tal forma que disipe todas
las enfermedades corporales.
Comprendamos en seguida que todo el Universo está impregnado y compenetrado por el Poder
del Padre, que se halla siempre a nuestra disposición para curar toas las enfermedades, de
cualquier naturaleza que sean: esto es absolutamente cierto.
El medico o sanador es el foco, el vehículo por cuyo intermedio se infunde el poder en el cuerpo
del paciente. Si aquel es un instrumento adecuado, consagrado, armonioso, real y verdaderamente
acorde con el infinito, no hay limite a las obras maravillosas que el padre puede realizar por su
mediación cuando la oportunidad ofrezca un paciente apropiado receptivo y sumiso. Si pudiéramos
obtener letras de fuego que dejaran su marca indeleble en la consciencia del sanador, no
ahorraríamos esfuerzo alguno para conseguirlas con el propósito de prevenirlos sobre ciertos
puntos relacionados con su practica:
- Nunca se le comunique al paciente hecho alguno desalentador.
- Nunca se le prevenga cuando va a sobrevenir la crisis.
- Nunca se le pronostique una enfermedad para un tiempo determinado.
- Nunca jamás se pronostique la muerte.
Es un grave error, casi un crimen, decirle al paciente un hecho desalentador, porque lo priva de
la fortaleza que es indispensable para facilitar su restablecimiento. También es un error sugerirle
una enfermedad a una persona sana, porque entonces se concentra su pensamiento en una
enfermedad dada a un tiempo determinado y esa sugestión por si sola puede provocar el mal; la
idea de una enfermedad eminente, sugerida por una persona en quien se tenga mucha fe, es
muchísimo mas peligrosa. Por consiguiente es indispensable ser muy cauteloso. Si no es
posible decir una palabra de aliento, lo mejor es guardar silencio.
|