Jorge Bucay
Según cuenta una leyenda, el ave Fénix vivía en el paraíso junto a Adán y Eva y el resto de los animales. Aparte de los humanos, el Fénix era el último habitante que tampoco cogía frutos del árbol prohibido. Pero el destino le tenía reservada una dolorosa jugada…
Cuando el primer hombre y su compañera fueron expulsados del paraíso, de la espada flamante del ángel que custodiaba la entrada escapó una chispa que acabó prendiendo fuego al nido del Fénix, matando al ave que dormía en él, ajeno a los que sucedía a su alrededor. Según cuenta esta versión de la historia, los ángeles, para compensar al Fénix, que de nada era culpable, consiguiendo revivirlo concediéndole eternamente el don de renacer de entre sus cenizas. Cuenta el mito –primero griego, después romano y más tarde cristiano- que, desde entonces, cuando al ave Fénix le llega la hora de morir, esta hace un nido de especias y hierbas aromáticas y deposita en él un único huevo. Dicen que allí permanece aguardando su muerte y que, al anochecer del día señalado, el pájaro arde, quemándose por completo y quedando reducido a cenizas. Pero, gracias al calor de aquella masa gris y tibia, al amanecer se rompe el cascarón de donde surge el mismo Fénix más joven y fuerte, único y eterno.
Este mito refleja con realidad y poesía una característica de los humanos, un aspecto a veces oculto de nuestra personalidad, una arista poco explorada de nuestra existencia. Se trata de nuestra capacidad de volver a ponernos de pie, una y otra vez, después de cada caída, después de cada traspié, después de cada catástrofe.
CAPACIDAD DE RENACER
La historia de la humanidad está llena de ejemplos de esta condición: pueblos, países y sociedades capaces de renacer literalmente de sus cenizas y de salir adelante con renovados bríos y empuje.
Las biografías de los más admirados hombres y mujeres de la historia relatan siempre uno o más episodios en los cuales el protagonista pareció desfallecer y la realidad parecía acabar con todo, y es posiblemente la presencia de estos episodios lo que los hace admirables, mucho más que sus logros personales.
En el camino del héroe, como se lo llama genéricamente, siempre hay obstáculos, dificultades, impedimentos, abismos y caídas. Es justamente su valor para enfrentarlos lo que aporta su heroicidad y, a la vez, lo que le permite aprender lo que debe para volver alguna vez sobre sus pasos y compartir lo que tiene, guiar a otros o enseñar lo que sabe.
La palabra héroe es de por sí una clara expresión de este concepto. Su original griego y su posterior transcripción latina no se refieren a un valiente y temerario supermán, ni a una deslumbrante y misteriosa mujer maravilla, llenos de poderes y virtudes. La palabra héroe, desde el punto de vista etimológico, define (especialmente en mitología) a aquellos que son capaces de enfrentarse a los dioses y sus caprichosos designios. Dicho de otra manera, los que pueden enfrentarse y vencer los obstáculos que su destino pone, a veces cruelmente, en sus vidas.
Esta es la heroicidad de Ulices, la de Hércules, la de Juana de Arco y la de Pocahontas; pero también es la de Ghandi, la de San Francisco de Asís, la de Buda, la de la Madre Teresa de Calcuta, la del reverendo Martin Luther King y, por supuesto la de Helen Keller.
Esta maravillosa mujer nació en los Estados Unidos en 1880. A los diecinueve meses de vida, la complicación neurológica de un cuadro infeccioso –no existían aún los antibióticos- la dejó irreversiblemente ciega y sorda. Cuando muchos hablaban de resignación, consolando a la familia y otros tantos hablaban de la conveniencia de dejarla morir, otra mujer increíble, Ann Sullivan, se hizo cargo del desafío de enseñarle a leer y escribir en el sistema braille y, más tarde, de diseñar con la ayuda de Helen una particular técnica de lectura de labios, colocando sus manos sobre la garganta y los labios del interlocutor.
Superando todas esas dificultades, Helen Keller aprendió a hablar con su propia voz, estudió y se graduó en filosofía y ciencias sociales, escribió media docena de libros, publicó cientos de artículos en revistas y periódicos y fue distinguida con el doctorado honoris causa de algunas de las más grandes universidades del mundo.
Cuentan que convocada la doctora Keller en Oxford para hablar frente a miles de profesionales y estudiantes, el rector de la universidad la presentó diciendo que se trataba de una mujer admirable porque había logrado el reconocimiento de todo el mundo académico, cosechando premios y aplausos, y todo a pesar de contar con muchísimo menos recursos que los del común de la gente. Después de una gran ovación, que Helen Keller no pudo ver ni oír, ella comenzó su discurso diciendo: “Es cierto lo que dice el señor rector: soy una mujer digna de admiración, pero quiero aclararle a mi querido amigo y colega que, en desacuerdo con sus palabras, creo que no merezco su admiración ni la vuestra por lo que he podido lograr con las obvias dificultades que planteaba mi realidad, sino por haberlo intentado a pesar de todas ellas, por mi insistencia y por mi decisión de seguir adelante una y otra vez, después de cada fracaso.”
EL CAMINO DE LOS HÉROES
Durante el último medio siglo, un estudioso de los mitos y las leyendas llamado Joseph Campbell, investigó el patrón repetido en los relatos de los más trascendentes y significativos héroes de la historia y de la literatura, desde el Moisés del Antiguo Testamento hasta Luke Skywalker, personajes de la saga de La Guerra de las Galaxias. En sus biografías o leyendas, Joseph Campbell encontró unos elementos constantes: el abandono de un lugar conocido, el planteamiento de una aventura o desafió, la vivencia de la derrota y del fracaso, la victoria o el descubrimiento, y el retorno, victorioso, sabio o iluminado.
La propuesta que hoy te acerco es la de descubrir la parte heroicidad que hay en ti y que la dejes fluir…No para conseguir lo que otros no consiguen, ni para hacerlo lo que nadie hizo antes, ni para salvar a la humanidad, ni para pasar a la historia; hablo tan solo de animarte a enfrentar las dificultades y reveses que el azar, las circunstancias o tus propios errores te ponen en el camino y de ser capaz de nutrirte de esa experiencia para ayudarte a crecer.
APROVECHAR LA OPORTUNIDAD
Te propongo que la próxima vez que te enfrentes a una situación difícil, recuerdes este planteamiento. Te propongo que no te declares vencido, que no abandones la lucha, que no te quejes de que nada haya salido como deseabas. Te propongo que veas en cada dificultad una oportunidad para aprender; en cada abismo, una forma de desarrollar tu inteligencia; en cada caída, un aumento de tu experiencia.
Cada frustración que superes, cada herida que sobrevivas, cada batalla que no te destruya, no solo te dejará preparado para enfrentar mejor el siguiente escollo sino que, de paso, también te permitirá ayudar a los que vienen un poco más atrás.
El viejo ideograma que se utiliza en China para dominar las situaciones criticas, una idea de la que ya hemos hablado algunas veces, es la llave maestra de esta y de todas las crisis posibles. Este ideograma consiste en dos trazos que se dibujan uno encima de otro: el de arriba se puede traducir como “peligro” mientras que el de abajo, leído en solitario, se podría traducir como “oportunidad”.
Una crisis es, para los sabios de Oriente, un riesgo que nos abre la oportunidad para el cambio y para el crecimiento. La turbulencia que nos provoca una realidad no complaciente es, posiblemente, lo mejor que podría pasarnos, aunque nunca sea lo más placentero.
AVENTURA DE LA VIDA
La misma Helen Keller sintetiza así lo que trato de explicarte en un pequeño poema, llamado “El Ojo del Huracán”:
La seguridad es en gran medida
Una superstición (…)
Y, a la larga, evitar el peligro
No trae más seguridad que exponerse a él.
Porque la vida es una aventura
Atrevida…o no es nada.