Hay un intervalo de tiempo entre el establecimiento del reino en el alma del hombre y la hora en que la semilla de la enseñanza madure hasta llegar a su plena fructificación de la justicia perdurable y la salvación eterna.
Libro de Urantia. Pág.1536
Muchas veces el ser humano pierde el norte de su búsqueda espiritual, porque espera resultados inmediatos, se desanima porque después de un tiempo de haberse empeñado en leer libros, hacer unos cuantos ejercicios y otras tantas oraciones, siente que su vida no ha cambiado mayormente y que sigue comentiendo los mismos errores y no logra sentir la presencia divina en su ser. Esta sensación de inutilidad de la espiritualidad, es la que San Juan de la Cruz llamaba noche oscura.
Cualquier semilla necesita de la oscuridad de la tierra y de tiempo para poder germinar y comenzar a transformarse en fruto. Lo mismo ocurre con la Verdad, ella no llega al alma humana con estrépito porque "los grandes circuitos de energía mente y espíritu, no son nunca posesiones permanentes de la personalidad"1286 pues "la perfección siempre será más una meta que un logro"846 y porque ella no está en nuestros genes mortales, es que su búsqueda debe ser permanente y llena de paciencia y aceptación de nosotros mismos.
Ni los dioses ni menos nosotros, podemos "transformar a una criatura de naturaleza animal grosera, en un espíritu perfeccionado por un acto misterioso de magia creadora" 541 esas conversiones místicas y milagrosas si no van acompañadas de un trabajo serio en nosotros mismos por buscar la perfección, sólo son volares de luces que luego de unos momentos o días de exaltación religiosa se van diluyendo como todas las fantasías.
A la verdad, a la perfección hay que dedicarle tiempo y esfuerzo para que el Espíritu nos vaya guiando, porque cuando logremos dejarnos conducir volitivamente por él, comenzaremos "a rendir abundantes frutos del espíritu en nuestra vida diaria" 1602 y esa será la confirmación que la semilla del reino de Dios está germinando en nuestro corazón y estamos entonces capacitados para sembrarla en el terreno fértil de nuestros hermanos, dándoles también a ellos el tiempo necesario para que la semilla fructifique.
yolanda silva solano