La felicidad no está fuera de nosotros, no depende de nada
ajeno a nuestra vida interna. La felicidad es un estado interior;
llevamos con nosotros el cielo o el infierno. Si vivimos en el
mundo de la sensibilidad, de la armonía, de la espiritualidad,
llevamos el paraíso a donde vayamos sin importar las condiciones
materiales en las cuales vivamos o los relativos dolores que el
cuerpo denso por ley kármica esté sufriendo. Pero también
llevamos el infierno, pues no hay peor infierno que el fuego
abrasador de los vicios, llámese instinto psicosexual, deseo del
licor, de drogas alucinógenas o cleptomanía.
Se piensa que la felicidad tiene que ver con un cuerpo
perfectamente sano, claro que eso ayuda mucho. Estando enfermos
se altera el estado emocional, mental y sensorial y nos tornamos
agresivos, tristes o pesimistas, porque el estado de ánimo depende
mucho de la salud física. De manera que el paraíso depende de
nosotros, por eso debemos buscarlo adentro y no afuera.
El sufrimiento humano se debe al desconocimiento de la Ley de
Causa y Efecto. No se comprende o no se quiere aceptar que
somos los artífices de nuestro propio destino, que cosechamos
solamente lo que hemos sembrado. Es la ignorancia, es la falta de
conocimiento de las leyes que rigen la evolución, lo que lleva al
sufrimiento. Por eso, “la salvación es el conocimiento aplicado”.
Aprovechemos la Ley de Causa y Efecto de una manera voluntaria
y positiva para sembrar causas nobles, bellas y espirituales y así los
efectos serán de la misma naturaleza.
¿Para qué sirve el conocimiento si no se aplica? Hay que
utilizar el conocimiento para liberarse progresivamente de la
cadena de causas y efectos negativos que ocasionan dolor. Así
como el dolor purifica, el amor ennoblece y enaltece. Los
momentos felices se olvidan pronto y se recuerdan quizás
vagamente, mientras que los momentos dolorosos jamás se