Llegué a saber a través de mi sobrina que La Bruja de Portobello, mi último libro, ya circulaba integralmente en Internet incluso antes de estar impreso. Me quedé perplejo: ¿Cómo podía haber ocurrido algo semejante?
El próximo paso, claro está, fue acudir a todos los motores de búsqueda para localizar el manuscrito, siempre sin resultado. A pesar de todo, mi sobrina me enseñó el original. Supuse que lo habría enviado una de las cinco personas a las que suelo mostrar mis textos antes de publicarlos, pero eso significaba sospechar de seres a los que quiero. Además, hace años que les envío mis manuscritos, y nunca se había dado este tipo de filtración al gran público. Tampoco era lógico responsabilizar a los editores, no teniendo éstos ningún interés en difundir gratuitamente lo que supone su fuente de ingresos.
Decidí olvidarme del asunto: al fin y al cabo, Internet es verdaderamente un medio de democratizar la cultura. Pero, de todas maneras, seguí persiguiendo a mi sobrina, de 24 años, para que me contara dónde había conseguido el manuscrito. Tras mucho escabullirse, ella acabó descubriéndome un universo que yo, que llevo ya diez años navegando por la red, desconocía por completo, y que es absolutamente imposible de controlar (como explicaré al final, aunque piense que gran parte de las personas que leen este texto ya saben a qué me refiero).
Y como no hay manera de luchar contra lo imposible, me limité a pedirle que me mostrara esta gigantesca telaraña. Y así fue cómo, durante cuatro horas, me metí en la piel de un “pirata” de mí mismo. Esta sobrina sostiene que no hay nada de malo en esto, que así es la cultura de Internet, que es justamente de esta manera como se está cambiando el mundo, y no con las manifestaciones antiglobalización en los foros mundiales.
Pero, ¿qué es la cultura de Internet? Según sus palabras, el acceso a la información y al placer forma parte de los derechos fundamentales de todo el mundo. Si se tiene dinero para comprar un libro, uno se lo compra y punto, ya que es mucho más agradable leer libros impresos en papel. Pero no por carecer de dinero uno tiene que renunciar a sus derechos: hay que encontrar la manera de ejercerlos.
¿De qué manera? Existe una zona extraña en la red conocida en inglés como “Peer 2 Peer”. Busqué una traducción (en un diccionario gratuito de Internet) y viene a significar, más o menos, “de igual a igual”, aunque también se conoce como “De punto a punto” o simplemente “P2P”.
¿Cómo se originó? Mi sobrina tiene la respuesta bien aprendida: Al principio la intención no era otra que satisfacer el deseo de comunicarse. Luego llegó la necesidad de conversar con varias personas a la vez. Pero conversar no bastaba: era necesario compartir la experiencia de escuchar cierta música, de leer determinado libro, de ver la película que nos fascinó… En la época en la que ni siquiera existían leyes sobre el asunto, los bytes se intercambiaban con total libertad. Cuando finalmente la industria del entretenimiento supo de esto y se dio inicio a la represión, los jóvenes internautas se mantuvieron siempre un paso por delante. Así hasta hoy.
También cambió el concepto: antes lo que interesaba era compartir con los amigos lo que se admiraba, mientras que, hoy en día, lo que se pretende es dejar a disposición de quien lo quiera algo que consideramos que debe ser compartido.
Consiste más o menos en lo siguiente: yo compro un libro, me gusta, lo escaneo completo guardándolo en mi disco duro, y a la vez abro un túnel para que alguien pueda llegar hasta aquí y llevárselo. Yo, por mi parte, entro en este mismo túnel para dirigirme a ordenadores ajenos, y me llevo también todo lo que me interesa (normalmente canciones y películas). Poco a poco, este material acaba distribuido por todo el mundo, y ya no hay manera de evitar que se copie.
Después de eso, mi sobrina me mostró que sólo en una de las muchas zonas de “Peer 2 Peer”, se pueden encontrar 325 obras mías, en diversas lenguas, grabadas en centenas o millares de ordenadores. Tengo que confesar que me sentí muy honrado con el descubrimiento: era la prueba de que los lectores son realmente la pieza clave en la divulgación de un trabajo, aunque esto se haga a través de medios poco convencionales.
Está claro que no voy a contarle a nadie cómo se llega hasta ahí (implica toda una serie de procedimientos legales, y podría complicarme la vida). Tampoco será de utilidad escribir la expresión en los motores de búsqueda: éstos no facilitarán ningún ábrete sésamo. Pero si usted tiene en su casa alguien con menos de 18 años, sin duda esta persona ya atesora una colección de canciones que provienen de este lugar. Pregúntele a su hijo, a su nieto o a su sobrino.
Pero, por favor, no le diga que yo acabo de enterarme de esto sólo ahora: le va a parecer que ya estoy demasiado viejo, y perderé un lector.
P Coelho