Un monje que se hacía llamar “el maestro del silencio” era en realidad un impostor. Con el fin de vender su budismo zen fraudulento, tenía consigo a dos elocuentes monjes que contestaban por él las preguntas. Un día, mientras estaban ausentes sus ayudantes, se le acercó un monje peregrino que le preguntó: “Maestro, ¿quién es el Buda?”. Al no saber qué hacer o decir, en medio de su confusión, miró desesperadamente en todas direcciones en busca de sus voceros. El peregrino, satisfecho al parecer, le volvió a preguntar: “¿Qué es el dharma?”, Tampoco pudo contestar, de modo que miró primero al techo y después al suelo, pidiendo ayuda al cielo y al infierno. Nuevamente, el monje preguntó: “¿Qué es el sangha?”. Ante esto, el “maestro del silencio” no pudo hacer otra cosa que cerrar los ojos. Por último, el monje preguntó “¿Qué es la beatitud?”. Desesperado, el “maestro” extendió sus brazos en señal de rendición. El peregrino se dio por satisfecho y continuó su viaje. En el camino se encontró con los monjes asistentes y les dijo: “El maestro del silencio es un ser iluminado. Le pregunté qué era el Buda y en seguida volvió la cabeza al este y al oeste, queriéndome dar a entender que los seres humanos siempre están buscando al Buda por aquí y por allá, pero que en realidad el Buda no puede encontrarse en el este ni en el oeste. Luego le pregunté qué era el dharma. En respuesta me miró de arriba abajo, queriendo dar a entender que la verdad del dharma es una totalidad de igualdad, dado que no hay diferencia entre lo alto y lo bajo ya que tanto la pureza como la impureza pueden encontrarse en ambas partes. Al responder a mi pregunta sobre qué es el sangha, se limitó a cerrar los ojos; esto es una insinuación del dicho célebre: Si puedes cerrar los ojos y dormir profundamente en las hondas grutas de las montañas envueltas en nubes, entonces eres un gran monje. Ante mi última pregunta sobre qué era la beatitud, él extendió los brazos y me mostró sus manos. Con esto quería decir que estaba dispuesto a ayudar a los seres sensibles con sus bendiciones. ¡Oh, qué maestro tan sabio! ¡Cuán profunda es su enseñanza!”. Concluyó el peregrino, y se despidió. Cuando el “maestro del silencio” volvió a ver a sus ayudantes les gritó: “¿Dónde os habéis metido? ¡Hace un instante estuve a punto de arruinarme por culpa de un peregrino preguntón!”.
Cuento de la tradición del budismo zen
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