Quietud
Sentada a media
luz en mi rodilla, y una sonrisa tenue y luminosa como las alas
de una mariposa, me reclinó en el hombro la mejilla y abandonóse
inmóvil, silenciosa.
Se me quedó
dormida entre los brazos, niña interior, aunque mujer externa, un
tiempo apasionada, luego tierna, frágil hoy con el alma hecha
pedazos, mañana con impulsos de galerna.
No me quise
mover por no alterarla, y dejé transcurrir el tiempo lento, con el
temor de que hasta el pensamiento pudiera, al agitarse, despertarla, destruyendo
la magia del momento.
Y así quedó,
colgada de mi cuello, dormida en mí, sin dudas y sin prisa, y
hasta su soplo refrenó la brisa; y al fin, acariciando su cabello, hice
anidar mi beso en su sonrisa.
Francisco
Alvarez Hidalgo
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