SÓLO EXISTE EL PRESENTE
Todos lo percibimos, la vida no se detiene en el ayer y el futuro no ha llegado. Sin embargo nuestra mente, con independencia de la voluntad, parece ignorarlo. Insiste en viajar hacia el futuro, en soñar, en fantasear, e incluso, en tomar decisiones con base en lo que imaginamos. Ella, nuestra mente, autónomamente piensa y repiensa lo que nos ocurrió en el pasado, en lo encantador o en lo traumático. Y, aunque a todos nos parece que esta es una manera natural de funcionar, en verdad es el origen de muchos dolores innecesarios.
En muchas oportunidades este mecanismo nos carga de culpas por lo que no hicimos. Nos llena de miedos y prevenciones acerca de los peligros que todavía no han ocurrido. Por ejemplo, cuando identificamos los errores cometidos, nos invade la vergüenza y el arrepentimiento. Pensamos: “si tan solo hubiera actuado diferente; o me hubiera dado cuenta de que algo estaba ocurriendo”. Y si además cuando miramos el porvenir creemos que todo puede empeorar, nos vemos presos de ansiedades y miedos.
De esta forma, nuestra vida se llena de sentimientos dolorosos que la racionalidad intenta justificar pero que, desde luego, son totalmente superfluos. Es lamentable que terminemos usando el presente, lo único que verdaderamente existe, para manejar lo inmanejable, lo que ya pasó o aquello que no ha sucedido todavía. La vida actual, en cambio, se nos escapa de las manos.
En la consulta, las personas conversan sobre situaciones que les producen un inmenso dolor, y en no pocas ocasiones, llegan a descubrir la inutilidad de ese sufrimiento. Lo que sucede es que aunque están viviendo situaciones complejas, quedarse en el pasado o predecir desastres es el mecanismo mental que les impide ver la solución.
“¿Por qué sigo en una relación en la que sufro tanto?”, es un cuestionamiento frecuente. Muchas personas se lo hacen. Al conversar acerca de las explicaciones que ellos mismos tienen frente a esta situación, surgen respuestas como estas: “Al fin y al cabo, unas por otras. La próxima persona tendrá otros defectos; al final de tanto escoger me voy a quedar solo; y nada es peor que la soledad”. Si profundizamos en la conversación y arriesgo una pregunta como: “Aún si tu predicción se cumpliera, lo cual es dudable, ¿es la soledad peor que el sufrimiento que tienes ahora?”
Lo que probablemente vamos a oír, en primer lugar, es una explicación, muy documentada, en la que relatan cómo muchos de sus conocidos que han terminado sus relaciones no han encontrado una oportunidad mejor. En segundo lugar, es posible que aparezca un relato pormenorizado de todas las cosas espantosas que le pueden ocurrir a alguien que se queda solo: que lo invade la tristeza, el abandono, la pobreza. Piensan, en ese momento, que no hay salvación, que todo está perdido. Se supone que, en ese escenario, todas las otras fuentes de compañía desaparecen. La sociedad se hace inexistente, los amigos, la familia. Se piensa que la pareja actual es la única fuente de afecto posible, como si fuera la última persona viviente sobre el planeta.
Esto nos llevaría a pensar que el desastre es inminente, inevitable. Así, no hay salida, lo mejor es seguir sufriendo acompañado. Lo importante es que, cuando ellos se oyen a sí mismos y aceptan dudar de sus pronósticos, notan que están funcionando bajo la influencia de dos mecanismos peligrosos. Uno, suponer que el futuro tiene un solo camino, y dos, que todo puede ser peor.
Pero, ¿hay otra manera de ver las cosas? Sin duda. Lo importante es notar qué está ocurriendo en el presente y constatar el dolor que se siente. Poner la mente en el aquí y en el ahora. Identificar la propia habilidad para hacer amigos, para acompañarse a sí mismo y a otros. Identificar ejemplos de personas que han tomado la decisión de salir de sufrimientos innecesarios y que, claramente, han aumentado su calidad de vida. Mirar cuáles son los recursos con los que se cuenta para, entonces sí, decidir si la relación se puede trabajar y mejorar, o de lo contrario, despedirse y salir del sufrimiento.
Todos sabemos que la reflexión sobre nuestro pasado nos permite aprender. Tampoco ignoramos que la vida avanza, que las metas y sueños despiertan en nosotros el sentido del quehacer cotidiano. Sin embargo, atraparnos mentalmente en el pasado sin dejar espacio para vivir el presente, o imaginar futuros apocalípticos, solo sirve para pintar de gris nuestra existencia. Tengámoslo claro: solo un aquí y un ahora plenamente conscientes, nos revela quiénes somos de verdad, cuál es nuestra real dimensión. Y esto nos permite además liberarnos de las culpas de un pasado inmodificable o de la ansiedad de un porvenir inimaginable y desconocido, ambos, sufrimientos innecesarios.