El sol interior
Todos tenemos ese sol en nuestro interior, aunque no
podamos ver su luz, aunque lo tengamos apagado.
Es un diamante en bruto que todavía permanece oculto,
cubierto de polvo y telarañas. Está dentro,
esperando a ser descubierto mientras nosotros
andamos distraídos en la exploración y en la vivencia
del mundo exterior, cuyos hilos tiran de nosotros,
arrastrándonos en sus largos y tortuosos caminos,
acumulando en el proceso cansancio y desvitalización.
El diamante, el sol, sigue dentro,
esperando que le encontremos.
Un día le contactamos y a partir de entonces
nada vuelve a ser igual.
Es un néctar al que queremos volver.
Es un lugar en el que mana el agua viva
y potente que nos limpia por dentro y por fuera.
Esa lámpara está ahí. Nos dota de fuerza.
Nos recuerda que somos almas.
Esto a su vez nos habla de inmortalidad…
Y ese sol interno, si lo trabajamos, acabará siendo
un sol externo hasta que un día los seres humanos
alcancemos nuestro destino de andar
por la tierra emitiendo luz.
En tanto llega ese día, busquemos ese sol,
sonriamos a su existencia y a sus infinitas posibilidades.
"El sol es para nosotros la mejor representación de Dios,
pero para impregnaros con esta verdad,
debéis realizar todo un trabajo interior con su imagen.
Porque podéis contemplar el sol durante años,
pero mientras no sintáis que vibra,
que irradia, que palpita en vosotros,
os será extraño, no os dirigirá la palabra, incluso
de nada servirá ir a saludarle por la mañana a su salida.
Os calentaréis un poco, os vivificaréis un poco,
recibiréis algunas calorías, algunas
«vitaminas», y nada más.
A través del sol físico debéis esforzaros
en hallar este sol interior que es el signo
de que la Divinidad habita en vosotros.
Y es así como un día no tendréis necesidad
de ningún intermediario entre vosotros y Dios,
tampoco del sol, porque será en vosotros,
en vuestro sol interior, donde Le hallaréis.