... que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados. Una mujer que siendo joven, tiene la reflexión de una anciana y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud. Una mujer, que si es ignorante, descubre con más acierto los secretos de la vida que un sabio, y si es instruída se acomoda a la simplicidad de los niños. Una mujer, que siendo pobre se satisface con los que ama, y siendo rica, daría con gusto sus tesoros por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud. Una mujer que siendo vigorosa, se estremece con el llanto de un niño, y siendo débil se reviste a veces con la bravura de un león. Una mujer que mientras vive no la sabemos estimar, porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero después de muerta daríamos todo lo que poseemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios. De esa mujer no me pidas el nombre, si no quieres que empape en lágrimas el pañuelo... esa mujer yo la vi por el camino. Es mi madre! De esa mujer no me exijáis el nombre si no queréis que empape con lágrimas vuestro album, porque ya la vi pasar en mi camino. Cuando crezcan vuestros hijos leedles esta página y ellos, cubriendo de besos vuestra frente os dirán que un humilde viajero ha dejado aquí, para ti y para ellos, un boceto del retrato de su madre.
Y la sacerdotisa habló de nuevo: Háblanos de la Razón y la Pasión. Y él respondió, diciendo: Vuestra alma es, a veces, un campo de batalla sobre el que vuestra razón y vuestro juicio combaten contra vuestra pasión y vuestro apetito. Desearía poder ser el pacificador de vuestra alma y cambiar la discordia y la rivalidad de vuestros elementos en unidad y melodía. Pero, ¿cómo lo haré a menos que vosotros mismos seáis también los pacificadores, no, los amigos, de todos vuestros elementos? Vuestra razón y vuestra pasión son el timón y las velas de vuestra alma viajera. Si vuestras velas o vuestro timón se rompieran, no podríais más que agitaros e ir a la deriva o permanecer inmóviles en medio del mar. Porque la razón, gobernando sola, es una fuerza limitadora y la pasión, desgobernada, es una llama que se quema hasta su propia destrucción. Por, lo tanto, haced que vuestra alma exalte a vuestra razón a la altura de la pasión, para que cante. Y dirigid vuestra pasión con el razonamiento, para. que ella pueda vivir a través de su diaria resurrección y, como el ave fénix, se eleve de sus propias cenizas. Desearía que consideraseis vuestro propio juicio y vuestro apetito como dos queridos huéspedes. No honraríais, con seguridad, a uno más que al otro; porque quien es más atento con uno de ellos pierde el amor y la fe de ambos. Entre las colinas, cuando os sentéis a la sombra fresca de los álamos, compartiendo la paz y la serenidad de los campos y praderas distantes, dejad que vuestro corazón diga en silencio: "Dios descansa en la razón." Y, cuando llegue la tormenta y el viento poderoso sacuda el bosque y los truenos y relámpagos proclamen la majestad del cielo, dejad a vuestro corazón decir sobrecogido: "Dios se mueve en la pasión." Y, ya que sois un soplo en la esfera de Dios y una hoja en el bosque de Dios, deberíais descansar en la razón y moveros en la pasión.