Habiendo estudiado el significado de nuestras festividades cristianas, tales
como la Navidad y la Pascua y habiendo hecho lo mismo con la doctrina de la
inmaculada Concepción, bueno será que dediquemos nuestra atención al
significado interno de los sacramentos de la Iglesia, que se administran
individualmente en todas las tierras cristianas, desde la cuna a la tumba y que
le acompañan en todos los momentos interesantes de su viaje terrestre.
Tan pronto como comienza la jornada de su vida, la Iglesia le admite en su
rebaño por medio del rito del Bautismo que le es conferido cuando es todavía
irresponsable por sí mismo; más tarde, cuando su mentalidad se ha
desarrollado algún tanto, ratifica aquel contrato y es admitido a la Comunión,
donde el pan es partido y el vino escanciado en memoria del Fundador de
nuestra fe. Todavía más adelante en su existencia llega el sacramento del
Matrimonio y finalmente, al terminar su carrera y volver el espíritu a Dios que
se lo dio, el cuerpo es consignado al polvo, su origen, acompañado de las
bendiciones de la Iglesia.
En nuestros tiempos Protestantes, el espíritu de protesta es excesivo en
extremo y los disidentes en todas partes levantan sus voces en rebelión contra
la fantástica arrogancia del clero y califican a los sacramentos como de mera
mojiganga. A causa de esta actitud del espíritu, estas funciones han llegado a
ser de poco o ningún efecto en la vida de la comunidad; las disensiones han
aparecido aún entre los mismos eclesiásticos y secta tras secta se han
divorciado de la original congregación apostólica.
A pesar de todas estas protestas las varias doctrinas y sacramentos de la Iglesia
son, no obstante, las piedras angulares del arco de la evolución, pues inculcan
una moral de la más elevada naturaleza; e incluso materialistas científicos,
tales como Huxley, han admitido que mientras que la propia protección trae la
"supervivencia de los más aptos" en el reino animal y es, en consecuencia, la
base de la evolución animal, el "sacrificio de sí mismo" es el principio en que
se nutre el progreso humano. Si éste es el caso entre mortales, podemos creer
muy bien que será así, en mucha mayor extensión, en el Autor Divino de
nuestro ser.
Entre animales la fuerza es un derecho, pero nosotros reconocemos que los
débiles tienen derecho a la protección de los fuertes. La mariposa pone sus
huevos en el lado inferior de una hoja verde y desaparece sin otro cuidado por
su bienestar. En los mamíferos el sentimiento de la madre se desarrolla
fuertemente y así vemos a la leona cuidando de sus cachorros, pronta a
defenderlos con su propia vida; pero hasta que no se alcanza el reino humano
no vemos que el padre comience a compartir enteramente la responsabilidad
como padre. Entre los salvajes el cuidado de los jóvenes termina de hecho al
alcanzar éstos la capacidad física necesaria para cuidar de sí mismos. Pero
cuanto más ascendemos en la civilización, más y más reciben los jóvenes los
cuidados de sus padres y más y más diligencia se pone en su educación mental
para que, al alcanzar la madurez, puedan ganar la batalla de la vida con la
mente más bien que con un punto físico de ventaja; pues a medida que
avanzamos en nuestro camino del desarrollo, experimentamos y
experimentaremos mayormente el poder de la mente sobre la materia. Por el
sacrificio de los padres, más y más prolongado, la raza alcanza mayor
delicadeza y lo que perdemos en rudeza material lo ganamos en percepción
espiritual.
A medida que esta facultad crece fuerte y se desarrolla más, el anhelo del
espíritu aprisionado en su envoltorio terreno, grita más fuertemente en
demanda de comprensión del lado espiritual de su desarrollo. Wallace y
Darwin, Huxley y Spencer dejaron señalado como se cumplimenta y lleva a
cabo la evolución de la forma en la naturaleza; Hernesto Haeckel pretendió
aclarar el enigma del universo, pero ninguno de ellos pudo explicar
satisfactoriamente al Autor Divino de lo que vemos. La gran diosa, la
selección natural, es olvidada y abandonada por uno y otro de sus devotos a
medida que los años pasan y hasta Haeckel, el eminente materialista, mostró
en sus últimos días una ansiedad del todo histérica para hacerle un sitio a Dios
en su sistema y no está lejano el día en que la ciencia llegará a ser tan
completamente religiosa como la religión misma. La iglesia, por otra parte,
aunque todavía extremadamente conservadora, abandona poco a poco su
dogmatismo autocrático y consigue ser más científica en sus explicaciones.
Así veremos con el tiempo la unión de la ciencia y la religión como existió en
los antiguos templos de misterios y cuando este punto sea alcanzado, las
doctrinas y sacramentos de la Iglesia mostrarán que descansan sobre leyes
cósmicas inmutables, de no menor importancia que la ley de la gravedad, que
mantiene las órbitas en su marcha en su respectivo sitio alrededor del Sol, y
así como los puntos de los equinoccios y solsticios son puntos turnantes en el
camino cíclico de un planeta, marcados por festividades tales como Navidad y
Pascua, así también el nacimiento en el mundo físico, la admisión en la iglesia,
el estado del matrimonio y finalmente la salida de la vida física, son puntos en
el camino cíclico del espíritu humano alrededor de su origen central, Dios, los
cuales quedan marcados por los sacramentos del Bautismo, Comunión,
Matrimonio y Extremaunción.
Pasemos ahora a considerar el rito del bautismo. Mucho se ha dicho por los
disidentes contra la práctica de llevar un niño a la iglesia y prometer en su
nombre una vida religiosa. Calurosos argumentos concernientes a la rociada
contra la zambullida han traído grandes divisiones en las iglesias. Si queremos
obtener una verdadera idea del Bautismo, debemos retroceder a la primitiva
historia de la raza humana, según está señalado en la Memoria de la
Naturaleza. Todo lo que ha ocurrido está indeleblemente escrito en el éter,
como una escena cinematográfica queda impresa sobre una película sensitiva y
cuya fotografía puede ser reproducida sobre una pantalla en cualquier
momento. Las imágenes de la Memoria de la Naturaleza pueden ser vistas y
estudiadas por los seres vivientes especializados, aunque millones de años
hayan transcurrido desde que las escenas allí estampadas tuvieron lugar en la
vida.
Cuando consultamos este imperecedero recuerdo, encontramos que hubo un
tiempo en que, lo que ahora es nuestra Tierra, salió del caos, oscura y
disforme, como lo relata la Biblia. Las corrientes desarrolladas por agentes
espirituales en esta nebulosa masa, generaron calor y la masa fue puesta en
ignición en el tiempo en que se nos dice que Dios pronunció su: "Hágase la
luz". El calor de la ígnea masa y el espacio frío que la rodeaba generaron la
humedad; el fuego nebuloso quedó rodeado de agua hirviente y el vapor fue
proyectado a la atmósfera y, de este modo, "Dios dividió el agua....de las
aguas..." el agua densa que estaba cerca del fuego nebuloso separada del vapor
(que es agua en suspensión), como lo explica la Biblia.
Cuando el agua que contiene sedimentos hierve, deposita más cantidad de
posos y, similarmente, el agua que rodeaba nuestro planeta formó por último
una corteza alrededor de su centro en ignición. La Biblia, además, nos informa
de que una nebulosa se levantó del suelo y es fácil concebir como la humedad
se evaporó gradualmente de nuestro planeta en aquellos lejanos días.
Los viejos mitos son mirados generalmente como supersticiones en nuestros
días, pero en realidad cada uno de ellos contiene una gran verdad espiritual en
imágenes simbólicas. Estas historias fantásticas fueron proporcionadas a la
humanidad en su infancia para enseñarle lecciones de moral que sus intelectos
recién nacidos no estaban en sazón de recibir.
Se les enseñó por mitos ( de forma muy parecida a como enseñamos a nuestros
niños por medio de libros con grabados y con fábulas) lecciones que estaban
más allá de su comprensión espiritual.
Una de las más grandes de estas historias mitológicas es "El anillo del
nibelungo" que nos habla de un maravilloso tesoro escondido bajo las aguas
del Rhin. Era una masa de oro en su estado natural. Colocada sobre una alta
roca iluminaba enteramente todo el paisaje submarino, en donde las ninfas
correteaban inocentemente en alegres juegos. Pero uno de los nibelungos,
llevado de la codicia, robó el tesoro, lo extrajo de las aguas y huyó. Le fue
imposible, sin embargo, darle forma hasta que hubo adjurado al amor.
Entonces le dio la forma de un anillo que le daba poder sobre todos los tesoros
de la tierra, pero al mismo tiempo inauguró la era de las disensiones y de las
batallas. Por su posesión, el amigo traicionó al amigo, el hermano mató al
hermano y por todas partes causó opresiones, pesares, pecados y muertes hasta
que fue, por fin, restituído al líquido elemento y la tierra se consumió en
llamas. Pero más tarde se levantó, como el nuevo fénix de las cenizas del viejo
pájaro, un nuevo paraíso y una nueva tierra donde la rectitud fue restablecida.
Esta vieja historia popular contiene una maravillosa descripción de la
evolución humana. El nombre nibelungo deriva de las palabras alemanas
"nebel" (que significa niebla) y "ungen" (que significa hijos). Así es que la
palabra nibelungo significa hijo de la niebla y se refiere a la edad en que la
humanidad vivía en la atmósfera brumosa que rodeaba nuestra tierra en el
punto de su desarrollo previamente mencionado. Allí la humanidad infantil
vivía en una vasta fraternidad, inocente de todo pecado, como los niños de
hoy, iluminada por el Espíritu Universal simbolizado por el Oro del Rhin que
proyectaba su luz sobre las ninfas marinas de nuestra historia. Pero en su día la
tierra se enfrió más y más, la niebla se condensó y causó depresiones sobre la
superficie de la tierra con sus aguas, la atmósfera se esclareció, los ojos del
hombre se abrieron y percibióse a sí mismo como un "ego" separado.
Entonces el Espíritu universal de amor y solidaridad fue reemplazado por el
egoísmo y el cuidado del propio interés.
Este fue el robo del Oro del Rhin y el pesar, el pecado, la disputa, la traición y
el asesinato, tomaron el sitio de aquél amor infantil que existía entre la
humanidad durante aquel primitivo estado, cuando residía en la atmósfera
acuosa desde hacía tanto tiempo.
Gradualmente esta tendencia se hace más y más marcada y el curso del
egoísmo más y más aparente. "La inhumanidad del hombre para con el
hombre" pesa como un paño funerario sobre la tierra y ha de traer
inevitablemente la destrucción de las condiciones existentes. Toda la creación
gime y se afana en espera del día de la redención y la Religión occidental da la
nota tónica del camino para obtenerla, al exhortarnos a querer a nuestros
semejantes como a nosotros mismos; pues entonces el egoísmo será abrogado
por la fraternidad universal y por el amor.
Consecuentemente, cuando una persona es admitida en el seno de la Iglesia,
que no es más que una institución espiritual, donde el amor y la fraternidad
son los resortes principales de la acción, es muy apropiado llevarle a recibir
las aguas del bautismo, simbolizando la hermosa condición de inocencia
infantil y amor que prevalecía en los tiempos en que la raza humana habitaba
bajo la niebla de aquel lejano período. En aquellos días los ojos del hombre
infantil no se habían abierto aún a las ventajas materiales de este mundo. El
niño que se lleva a la iglesia no se ha percatado todavía de los espejismos de la
vida tampoco y los demás se obligan ellos mismos a guiarle hacia una santa
vida, poniendo sus mayores esfuerzos para lograrlo, pues la experiencia
adquirida desde el Diluvio nos ha demostrado que el camino ancho de la vida
está sembrado de dolores, pesares y desengaños, y que solamente siguiendo el
camino recto y estrecho podemos escapar de la muerte y entrar a la vida
eterna.
Así es como vemos que existe una significación mística, maravillosamente
profunda, detrás del sacramento del bautismo; que esto es, para recordarnos de
las bendiciones que caen sobre los miembros de una fraternidad en la que el
propio interés es dejado a un lado y en la que el servicio a los demás es la nota
fundamental y el resorte único de la acción. Mientras permanecemos en el
mundo, el que con éxito domina a los demás, es el más grande. En la Iglesia
tenemos la definición de Cristo: "El que sea el más grande entre vosotros,
dejad que sea el sirviente de todos los demás".