Los estudiantes de la Filosofía Rosacruz saben muy bien que cada especie de
animales está dominada por un espíritu grupo que es su guardián y que cuida
de ellos, por su seguridad y para darles lo conveniente en el sendero de su
evolución y lo más apropiado a su desarrollo. No importa la posición
geográfica de estos animales; el león de las selvas africanas está dominado por
el mismo espíritu grupo que el león encerrado en una jaula de cualquiera de
los circos de las comarcas nórdicas. Por consiguiente estos animales son todos
semejantes en sus características principales; tienen los mismos gustos y
preferencias con respecto a las dietas y accionan de manera igual en
circunstancias parecidas. Si se quiere estudiar la especie de los leones, o la de
los tigres, todo se reduce a estudiar un individuo, puesto que no tienen
albedrío ni prerrogativa alguna, sino que accionan enteramente de acuerdo con
los dictados de su espíritu grupo. El mineral no puede escoger entre
cristalizarse o no; la rosa se ve sujeta a florecer; el león se ve impelido hacia
su presa, y en cada caso la actividad está dictada enteramente por el espíritu
grupo.
Pero el hombre es diferente. Cuando pretendemos estudiarle nos encontramos
con que cada individuo es por sí mismo una especie. Lo que uno hace en
circunstancias dadas no presupone que otro pueda hacerlo. "Lo que a uno le
sirve de alimento, es para otro un veneno" y cada uno tiene diferentes gustos y
disgustos. Esto ocurre porque el hombre, como nosotros le vemos en el mundo
físico, es la expresión de un espíritu interno individual, que tiene la facultad de
elección y libre albedrío aparentemente.
Pero en realidad el hombre no es tan libre como parece; todos los que han
estudiado la naturaleza humana han observado que en ciertas ocasiones un
crecido número de personas se portan como si estuviesen dominadas por un
mismo espíritu. Es igualmente fácil de ver, sin recurrir al ocultismo, que las
diferentes naciones tienen ciertas características físicas.
Todos conocemos los tipos alemanes, franceses, ingleses, italianos y
españoles. Cada una de estas naciones tiene características que difieren de las
de las otras naciones, demostrando que debe existir un espíritu de raza en las
raíces de estas peculiaridades. El ocultista dotado de visión espiritual sabe
muy bien que este es el caso y que cada nación tiene un espíritu de raza
diferente, el cual se cierne como una nube por sobre el país entero.
En él vive, se mueve y tiene su ser la gente de un país, él es su guardián y
trabaja constantemente por su desarrollo, mientras impulsa su civilización y
les inculca ideales de la más alta naturaleza, compatibles con su capacidad
para el progreso.
Leemos en la Biblia que Jehová, Elohím, que fue el espíritu de raza de los
judíos, se les apareció sobre una columna en una nube, y en el Libro de Daniel
encontramos considerables revelaciones respecto al modo de trabajar de estos
espíritus de raza. La imagen vista por Nabucodonosor, de cabeza de oro y pies
de arcilla, mostraba claramente cómo una civilización comenzaba a construir
sobre ideales auríferos; fue degenerando más y más hasta que en su última
parte de existencia los pies eran de inestable y tambaleante arcilla y la imagen
fue condenada al derribo. Así las civilizaciones todas en sus comienzos, bajo
la guía de diferentes espíritus de raza, mantienen grandes y auríferos ideales;
pero la humanidad, a causa de su libre albedrío, no sigue implícitamente los
dictados del espíritu de raza, como siguen los animales las prescripciones de
sus espíritus grupo. De aquí que en el transcurso del tiempo una nación cesa
de elevarse, y como no puede existir la inmovilidad en el Cosmos, empieza a
degenerar hasta tener finalmente de arcilla los pies, siendo necesario el golpe
que la desmenuce, para que otra civilización pueda ser edificada sobre sus
ruinas.
Pero los imperios no caen sin un poderoso golpe físico y consiguientemente
un instrumento del espíritu de raza de la nación se levanta invariablemente al
tiempo en que ésta se ve condenada a caer. En los capítulos décimo y
undécimo de Daniel podemos conseguir alguna iluminación en los trabajos del
gobierno invisible de los espíritus de raza, los poderes situados detrás del
trono.
Daniel se ve conturbado espiritualmente; ayuna durante tres semanas
completas, ruega por la luz y al cabo de este tiempo un arcángel, un espíritu de
raza, se le aparece y le dice: "No temas, Daniel, pues desde el primer día en
que quisiste que tu corazón comprendiera y te purificaste a ti mismo delante
de tu Dios, tus palabras fueron oídas y por ellas he venido. Mas el príncipe del
reino de Persia me retuvo durante "uno y veinte días" y he aquí que Miguel,
uno de los primeros príncipes, vino en mi socorro y me quedé allí con el rey
de Persia". Después de explicar a Daniel lo que ha de ocurrir, dice: "¿Sabes de
dónde he venido hasta ti...? y ahora voy a volver a pelear con el príncipe de
Persia; y cuando yo me marche, he aquí que el príncipe de Grecia llegará y no
hay ninguno que pueda obligarme a hacer estas cosas más que Miguel, vuestro
príncipe". También dice el arcángel: "En el primer año de Darío, el Meda,
también estuve con él para acreditarle y fortalecerle".
Así, cuando la sentencia manuscrita pende de un muro, alguien se levanta a
dar el golpe; puede ser un Ciro, o un Darío, o un Alejandro, o un César, o un
Napoleón, o un Káiser. Y el tal puede creerse a sí mismo un "jefe del
movimiento", un individuo libre accionando por su propia voluntad y
prerrogativa, pero de hecho es solamente el instrumento del gobierno invisible
del mundo, el poder situado detrás de los tronos, los espíritus de raza, que ven
la necesidad de destruir las civilizaciones que han dado de sí toda su utilidad,
de manera que la humanidad pueda tomar un nuevo impulso y evolucionar
bajo un nuevo y más alto ideal que aquel en que estuvo envuelta hasta
entonces.
Cristo mismo, durante su permanencia en la tierra, dijo: "No vine a traer paz,
sino una espada", pues Le era evidente que mientras la humanidad estuviera
dividida en razas y naciones no podría haber "paz en la tierra y buena voluntad
entre los hombres". Solamente será la paz posible cuando las naciones hayan
conseguido unirse en una fraternidad universal. Las barreras del nacionalismo
deben ser derribadas y a este fin los Estados Unidos de la América del Norte
se han convertido en un crisol de fusión en donde lo mejor de todas las viejas
naciones se mezcla y se amalgama, a fin de que una nueva raza con más
elevados ideales y sentimientos de fraternidad universal, pueda nacer para la
Época Acuaria. Mientras tanto, las barreras del nacionalismo han sido
parcialmente rotas en Europa por el terrible conflicto recién pasado. Esto
acerca el día de la amistad universal y de la realización de la fraternidad del
hombre.
Otro objetivo debe también ser alcanzado. De todos los terrores a que la
humanidad está sujeta, ninguno mayor que la muerte, que nos separa de
aquellos que amamos, porque no podemos apercibirles después que han sido
despojados de sus cuerpos. Pero tan cierto como el día sigue a la noche, así
ciertamente desgastarán las lágrimas la escama que oculta a los ojos de los
hombres la tierra desconocida de los muertos que viven. Hemos dicho y
repetido y lo reafirmamos ahora, que una de las mayores bendiciones que
derivarán de la guerra, ha de ser la vista espiritual que en un gran número de
gente se despertará.
El intenso pesar de millones de seres, el anhelo de ver de nuevo a los que nos
son queridos y que tan súbita y cruelmente nos han sido arrebatados, son una
fuerza de incalculable poder y fortaleza. De igual manera aquellos que han
sido cercenados por la muerte prematuramente y que están ahora en el mundo
invisible, con la misma intensidad sienten ahora el deseo de reunirse a los que
les son cercanos y queridos para decirles palabras de consuelo que puedan
convencerles del bienestar que están disfrutando. Puede así decirse que dos
grandes ejércitos formados por millones y millones, están minando con
fantástica energía e intensidad de propósito, los muros que separan lo visible
de lo invisible. Día tras día, estos muros o velos se hacen más livianos, más
débiles, y más tarde o más temprano, los vivos y los muertos que viven, se
encontrarán en la mitad del túnel. Antes de lo que nos imaginamos la
comunicación se establecerá, y entonces encontraremos lo más natural del
mundo que cuando algunos de los seres que nos sean más queridos queden
desprovistos de sus masas materiales no sintamos ni pesar ni pérdida alguna,
porque podremos verles a todas horas en sus cuerpos etéreos, moviéndose
alrededor nuestro como hasta entonces lo hicieran. Así venceremos el gran
conflicto de la muerte y podremos decir. "Oh, muerte! ¿dónde está tu
guadaña...? ¡Oh, sepulcro!
¿cuál es tu victoria...?".